31/03/2007, Sábado de la 5ª semana de Cuaresma.
Ezequiel 37, 21-28, Jr 31, 10. 11-12ab. 13, san Juan 11,45-57

En cierta ocasión obsequié con una opípara «bronca» a una persona que había acudido a mí en busca de consuelo. A los pocos minutos, me di cuenta de que mi comportamiento había sido indigno. La dureza que empleé con aquella persona no respondía al cariño, ni era el alimento que ella necesitaba. Respondía, simplemente, a mi estado de ánimo, recalentado anteriormente por causas que nada tenían que ver con mi pobre «víctima». Tras pedir perdón a Dios por haber cargado con mi cruz a quien ya se hundía bajo la suya, sentí que debía excusarme también ante aquella persona. Pero cuando telefoneé a su casa y le pedí perdón, su respuesta me dejó helado: «No se disculpe, padre; no sabe cuánto bien me ha hecho; estaba necesitando que me hablasen así para despertar de una vez». Volví al Sagrario, y di gracias a Dios por haberse reído de mí una vez más. Aquel día comprendí que el Señor, para evitar que nos engriamos, saca más partido en ocasiones de nuestros defectos que de nuestras virtudes. Entendí que es Él quien actúa, y que para realizar su obra es capaz de sacar bienes hasta de nuestros pecados. Me di cuenta de que Dios – ¡qué gran jugador!- ya tenía prevista mi intemperancia cuando trazó su plan, y hasta de ella se sirvió para llevarlo a cabo. Y vi, en fin, que la misteriosa y sorprendente providencia divina es capaz de apoderarse de las obras del Maligno y darles la vuelta, convirtiéndolo todo en gracia, y cambiando los pecados en «felices culpas». Ahora entiendo muy bien que la gran obra de Dios, la Redención, es el resultado de haberle robado la Pasión a Satanás.

Como un adelanto, como un primer guiño de la Providencia, las palabras blasfemas de Caifás sonaron en los cielos, y en nuestras almas, como una profecía «robada» al Mal: «conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera»… Lo dijo para condenar a muerte a Jesús, pero, tras su corazón emponzoñado, Dios robaba, y proclamaba solemnemente el valor redentor del sufrimiento de Cristo. Y, más adelante, Pilato, el cobarde, queriendo eludir problemas, llamará sin saberlo a Jesús tres veces santo (Jn 18, 38; 19, 4; 19, 6), sin saber que, para un hebreo, tres veces santo significa Dios. Y el soldado que atravesó el costado de Jesús con una lanza tan sólo pensaba en acabar pronto un trabajo desagradable, pero Dios le robó el arma y las manos, y sin saberlo, aquel hombre abría una fuente que aún mana Vida eterna.

Tenemos motivos para el optimismo… Y conste que te lo digo mientras vamos – debemos ir- camino del Calvario. Pero, unidos a María, nos acercamos a ese sagrado lugar donde toda desgracia se torna en gracia, donde todo pecado se torna misericordia, donde toda tiniebla se torna luz. En el Monte de la Calavera, Dios, además de jugador, fue ladrón… ¡Bendito robo!