07/04/2007, Sábado. Vigilia Pascual en la Noche Santa. Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor
Génesis 1, 1. 26-31a, Sal 32, 4-5. 6-7. 12-13. 20 y 22., Génesis 22, 1-2. 9a. 10-13. 15-18, san Lucas 24, 1-12

Si hay una palabra que describa el día de hoy es la de silencio. Es difícil hablar del silencio, pues al hacerlo se rompe. Tal vez lo mejor sería dejar en blanco este comentario y llenarlo de silencio.

¡Qué bueno es el silencio!. Cada día lo aprecio más. Tenemos demasiado ruido en nuestro entorno, demasiadas palabras que nos impiden escuchar la única Palabra que vale la pena. El silencio no es el vacío del budismo, ni el despiste de los indiferentes, ni la bobaliconería de los que siempre viven fuera de sí. El silencio, si se le deja, se llena de verdad, es decir, se llena de Dios. Cuando conseguimos el silencio no podemos fingir, no tenemos a nadie ante quien representar nuestro papel, ni a quién presentar excusas.

El silencio de hoy es el silencio de Dios. Simplemente, desde el silencio, nos muestra lo que hemos hecho. La tumba, cerrada y sellada, no necesita ningún cartel explicativo. Allí está la consecuencia del pecado, de la soberbia de los hombres, que legan a matar a Dios. No hace falta un cicerone que nos muestre lo que vemos, simplemente guardando silencio es como Dios nos habla.

El silencio de hoy es el silencio de Judas. Ese es un silencio de muerte, de desesperanza, de traición. Ese silencio no puede aguantarse y no es bueno, pues es un silencio vacío.

Hoy es el silencio de Pedro, sólo roto por el resonar del canto del gallo en sus oídos y el recuerdo de la silenciosa mirada de Cristo. Es un silencio que sólo quiere oír unas palabras “Pedro ¿me amas?,” y aunque parece que ese silencio es una tremenda noche oscura, está preñado de esperanza, de recuerdos, de cierta confianza.

El silencio de hoy es, sobre todo, el silencio de María. Silencio que va dando forma a todo lo que guardaba en su corazón. Silencio que está lleno de esperanza. Silencio que admira, contempla, agradece y se maravilla ante las obras de Dios. Silencio que se duele, como espada que traspasa el alma, ante la dureza del corazón de los hombres. Pero es un silencio confiado. Silencio con el que se ponen ante Dios, todo misericordia, nuestras miserias, fracasos, decepciones y pecados, sin añadir ninguna palabra de disculpa. Así es el silencio de María, el silencio de los creyentes, esperando la noche en que la luz romperá las tinieblas.

Hoy ya me callo, te dejo en silencio.