12/04/2007, Jueves de la Octava de Pascua
Hechos de los apóstoles 3, 11-26, Sal 8, 2a y 5. 6-7. 8-9, san Lucas 24, 35-48

¿Por qué te extraña que un paralítico vuelva a andar? Si, delante tuya, un inválido arrojase sus muletas y se pusiese a danzar una sardana, sin duda alguna quedarías asombrado y se lo contarías a todo el mundo (yo también). Sería un milagro, y eso siempre asombra. ¿Siempre?

“Pedro, al ver a la gente, les dirigió la palabra: – «Israelitas, ¿por qué os extrañáis de esto? ¿Por qué nos miráis como si hubiéramos hecho andar a éste con nuestro propio poder o virtud? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús.” Si Pedro hubiera hecho un milagro sería asombroso. Pero Pedro sabe que él no hizo levantarse al tullido, él simplemente intercedió ante Dios, y que Dios haga milagros no tiene nada de asombroso. Siempre me ha asombrado en la vida de los santos a los que se les atribuyen milagros, su naturalidad con lo sobrenatural. No son magos que pongan en escena toda una parafernalia y un gran montaje escénico. Simplemente saben que ellos piden y Dios hace lo que cree conveniente. No son magos, ni brujos, ni adivinos, simplemente confían en Dios.

“Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.» Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: – «¿Tenéis ahí algo de comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.” Parece que Jesús resucitado tiene bastante hambre, muchas veces pide de comer. Jesús les está diciendo, nos está diciendo, yo soy yo y soy real, y soy Dios. Jesús ha querido que le tratemos así, con cercanía, sin miedo. A Dios no hay que convencerle de que nos tiene que conceder algo, simplemente hay que pedir, y recibiréis. Por eso a los cristianos no nos tienen que asombrar los milagros, es Dios que actúa y eso es normal.

La verdad es que estamos rodeados de milagros todo el día, pero quisiéramos más espectáculo. “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.” Que nos prediquen la conversión nos parece un “rollo,” incluso la catequesis se les hace a tantos cuesta arriba. Y sin embargo, el primer y mayor milagro es que Dios ha querido ser conocido por nosotros. Que le tratemos como a un Padre, que tengamos una cercanía asombrosa con Él, que “perdone nuestros pecados” y nos llame a vivir con Él. ¿No es ese un milagro mucho más grande que sanar a un cojo o resucitar a un muerto? Y, sin embargo, hacemos pereza para leer el Evangelio, para sacar un rato de conversación tranquila y sosegada con Dios, para acudir a la Eucaristía y alimentarnos de su Cuerpo y de su Sangre. El otro día me comentaba un buen feligrés que muchas personas entran en mi iglesia a pedirle milagros a San Judas Tadeo y no dan un par de pasos para acercarse a ver el verdadero Milagro de Cristo presente en el sagrario. Así somos y el espectáculo debe continuar.

La Virgen maría no buscó el espectáculo, contemplaba el milagro cada día crecer delante suyo, lo contempla ahora en el cielo. Por eso puede saber que la raíz de cada milagro es simplemente “hacer lo que Él os diga.”