19/04/2007, Jueves de la 2ª semana de Pascua
Hechos de los apóstoles 5,27-33, Sal 33, 2 y 9. 17-18. 19-20 , san Juan 3, 31-36

Esta es la respuesta que dan los apóstoles al sumo sacerdote. Al escucharla nos llenamos de admiración por aquellos hombres. La admiración brota del reconocimiento de la verdad que contiene esa actitud. A nosotros nos gustaría ser capaces de hacer lo mismo siempre. Lo cierto, sin embargo, es que no pocas veces encontramos excusas para no hacerlo.

Podríamos fijarnos en el caso de los mártires, pero quizás no sean el ejemplo que ahora mejor nos pueda iluminar. Es cierto que todos esos cristianos que han llegado a derramar su sangre por Jesús estimulan nuestra conciencia y nos animan pero, pensamos, nosotros vivimos una situación muy distinta. No somos conducidos ante tribunales ni se nos amenaza con la tortura. Aparentemente tenemos libertad para todo: se puede predicar, edificar iglesias y, a pesar de las dificultades, impartir clase de religión. Nuestro calendario sigue conservando muchas festividades cristianas y no faltan editoriales ni medios católicos. A pesar de eso se nos hace difícil obedecer a Dios antes que a los hombres.

Por una parte dejamos de lado los derechos de Dios a causa de los respetos humanos. Nos da miedo algo tan tonto como el qué dirán o pensarán otros. Por causa de eso dejamos de estar pendientes de Dios y olvidamos cosas que sin ser objeto directo de obediencia son importantes para mantener la conciencia de dependencia. Cosas como bendecir la mesa a veces las dejamos de hacer porque estamos en público o con amigos no creyentes. Allí anteponemos el hombre a Dios.

Además, nos es más fácil atender por miedo que por amor. Es así que nosotros sabemos que Dios es Amor y quiere nuestro bien. Sabemos también que su misericordia supera nuestras faltas y que no dejará de sorprendernos con su gracia. De ahí deducimos erróneamente que no pasa nada por dejar de atenderlo. ¡Cuántas personas no faltan a misa un domingo excusándose en que fueron a ver a un familiar o tuvieron una visita! Lo que hubiera sido ocasión para dar testimonio se convierte en piedra de tropiezo.

Estas son cosas pequeñas pero que si no las cuidamos tampoco seremos capaces de ser fieles si nos encontramos ante una gran prueba. Nunca, por ejemplo, se puede negar la fe. Hacerlo, incluso bajo amenaza, es un pecado muy grave. Dios no deja de dar su gracia a quien la necesita. Una forma de pedirla verdaderamente es siendo delicados en nuestra relación habitual con el Señor.

De pequeño me impresionaban las historias de personas que habían muerto por no apostatar. Me costaba entenderlas aunque encontraba que su comportamiento era heroico. Ni siquiera salvar la propia vida puede anteponerse a Dios. Entenderlo puede costar, pero se va haciendo más fácil conforme vamos creciendo en nuestra intimidad con Dios. Conforme la relación se afianza crece la certeza de que Dios está ahí junto a nosotros y que ninguna fuerza puede separarnos de Él. Durante la sangrienta persecución contra la Iglesia entre 1931 y 1939 hubo muchos mártires, pero no se conoció ningún caso de apostasía. A la fidelidad de sus hijos Dios respondió concediéndoles la gracia del martirio.