01/05/2007, Martes de la 4ª semana de Pascua. San José Obrero
Hechos de los apóstoles 11,19-26, Sal 86, 1-3, 4-5. 6-7 , san Juan 10, 22-30

Hace unos años, ví la película «El hombre que hacía milagros» («The Miracle Maker»), una vida de Cristo escenificada con muñecos y realizada por la productora del asombroso Mel Gibson. En una de sus escenas, Jesús, al poco tiempo del comienzo de su vida pública, visita a sus amigos Lázaro, Marta, y María. Uno de quienes allí estaban (no recuerdo si era el propio Lázaro) extrañado por la nueva vida de Jesús y por su creciente popularidad, deja escapar la siguiente frase: «pero, Jesús, ¡si la última vez que estuviste aquí fue para arreglar una puerta!»… El detalle me dejó pensativo; había leído muchas veces que Nuestro Señor era conocido como «el hijo del artesano», pero nunca había caído en la cuenta de que muchos de aquellos hombres estaban acostumbrados a verle «vestido de faena» y trabajando para ellos, quizá de casa en casa, como aprendiz de José, durante casi treinta años.

Sabemos que aquellos años de vida oculta fueron tan redentores como las tres horas que pasó Jesús colgado de la Cruz, y que debemos la gracia de Dios y la filiación divina, sin distinción de ninguna clase, tanto a la sangre que brotó de las llagas como a los golpes de martillo empapados en sudor. No en vano se ha llamado a la Pasión de Cristo «trabajo». Y, si durante aquellas tres horas que duró el tormento de la Cruz, contemplamos con veneración a María uniéndose al sacrificio de su Hijo, durante los años en que fuimos redimidos a golpe de martillo es José quien está «al pie de la Cruz». Sé que su papel en la Redención no es equiparable al puesto excepcional ocupado por la Santísima Virgen, a quien veneramos como Corredentora y Madre de Dios, pero también la misión del Santo Patriarca es de una singularidad maravillosa: él enseñó al Creador a trabajar, y, haciéndolo así, diremos que enseñó al Redentor a redimir. Son misterios admirables que nunca llegaremos a entender del todo: por su Encarnación, el Hijo de Dios se hizo un necesitado, y quien tiene la llave de la Ciencia quiso ser enseñado por un hombre, José.

Vuelvo al cine: en la maravillosa versión que de la obra de Shakespeare «Enrique V» nos regaló Keneth Brannagh, el monarca, acampado al raso con sus tropas como uno más, recorre por la noche las tiendas de sus hombres. Encontrando a un soldado anciano, se admira de su entrega y le dice: «tú no deberías estar aquí, durmiendo en un saco. Tú deberías estar caliente en tu casa, durmiendo sobre un colchón». El anciano, lleno de orgullo, le responde: «Lo sé, pero sólo ahora puedo decir que duermo como un rey». Viene a cuento. Si el Hijo de Dios nos redimió trabajando, tú y yo, cada día, trabajamos y redimimos el mundo «como un Dios». Sí; gracias a José, podemos decir que tenemos un Dios que trabaja; un Dios que nos redimió, por igual, modelando la madera durante treinta años y clavado a ella, ofrecido por nosotros, durante tres horas.

¡Qué misterioso y fascinante, este Dios encaprichado con el árbol!