20/05/2007, Domingo de la 7ª semana de Pascua – La Ascensión del Señor
Hechos de los apóstoles 1, 1-11, Sal 46, 2-3. 6-7 8-9 , Efesios 1, 17-23, san Lucas 24, 46-53

Ayer me hablaron de las “no-comuniones.” En un restaurante iban a celebrar la “no comunión” de una niña. En otros sitios lo llaman la comunión por lo civil. Se trata de vestir a la niña de forma curiosa (poco tardarán en vestirla de mini-novia), comprarla regalos e ir a comer a un restaurante con la familia y los amigos, sin pasar por la parroquia. Es decir, copiar todo lo negativo que tienen las Primeras Comuniones en nuestra sociedad de consumo, eliminar lo bueno, y celebrarlo gastándose un pastón. El resultado de esas celebraciones acabará en un cubo de basura (eso sí, reciclando), y en el inodoro, que es su camino natural. Seguramente si le preguntas a los padres de la criatura te saldrán con los argumentos contra la Iglesia del dinero, el poder, el lujo, la fastuosidad del Vaticano y banalidades varias. Curiosa forma de protestar contra la pobreza del mundo, exprimiendo la Visa.

“Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.” Hoy celebramos la Ascensión del Señor. Los apóstoles se quedan como desangelados, por eso el Señor les manda un par de ángeles que les saquen de la modorra y “se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.” Podemos vivir como si Cristo hubiese desaparecido, como si Jesús se hubiera ido para siempre, como si fuese un bello recuerdo de un pasado mejor. Entonces tendríamos motivos para celebrar las no-comuniones, las no-bodas, los no-bautizos y las no-exequias; sería todo absurdo y si nos gusta hacer el payaso (con todo mi respeto a la noble profesión de los payasos), ¡hagámoslo!. Pero Jesús no quiso irse sin dejarnos al Espíritu Santo y quedarse en su Iglesia, “Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.”

Cada semana de este mes, cuando ensayo con los niños la celebración de su Primera Comunión, tengo que reconocer que se me cae el alma a los pies. Casi ninguno sabe contestar a las oraciones de la Misa, tampoco los padres, no saben cómo hay que ponerse, están distraídos, les llama más la atención una cámara de fotos que la Sagrada Forma y tengo la seguridad que el noventa por ciento no volverá a pisar la parroquia en bastantes años. Humanamente son un fracaso (por muy bonitas que queden), como organizador de no-comuniones sería un fracasado. Pero esa tarea no es la mía. Sabemos que cuando comulgan reciben al mismo Señor, que se queda con nosotros, que Él irá haciendo su labor en esos niños y sus familias, que tal vez el Espíritu Santo mueva a alguno a volver a la Iglesia, a redescubrir que Dios les quiere. Sólo por eso habría valido la pena tanta parafernalia. Trajes, flores, fotos, regalos, comilonas,… nos sobran, lo que queremos es hablar del Reino de Dios y que el Espíritu Santo nos vuelva testigos de su acción en “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.”

Mi oración estos días se vuelve muchas veces hacia estos niños. Cuando tengan 14 ó 15 años y se encuentren sin referencias espirituales, sin ideales, sin esperanzas que no estén unidas al símbolo del euro, ojalá entonces se acuerden que recibieron algo, Alguien, que se les dio sin pedirles nada a cambio, que se acercó a ellos por un amor gratuito que ni sus padres supieron ver y valorar. Tal vez en épocas más descreídas, más beligerantes contra todo lo que signifique trascendencia, volvamos a ver como nueva y joven la vida de la Iglesia.

En este mes de Mayo vamos a pedirle a nuestra Madre la Virgen que acoja en sus brazos a estas familias, a todos nosotros, y nos ayude a descubrir lo único que no se puede comprar con dinero: el amor de Dios que continúa en la historia y se encierra en el Sagrario.