03/06/2007, Domingo de la 9ª semana de Tiempo Ordinario. La Santísima Trinidad
Proverbios 8, 22-31, Sal 8, 4-5. 6-7a. 7b-9. , San Pablo a los Romanos 5, 1-5, San Juan 16, 12-15

El Misterio de la Trinidad, tres Personas distintas y un solo Dios, es el más importante del cristianismo. Sucede que como no alcanzamos a entenderlo podemos dejarlo olvidado en la buhardilla de las ideas inútiles. Sería un error tremendo. Aunque sea un misterio que no podemos comprender, sí que lo podemos vivir. Dios nos manifiesta el misterio de su vida para que participemos de Él. Esa participación será plena en la vida eterna, pero ya ahora podemos empezar a gustarla.

Isabel de la Trinidad compuso una oración que hacia el final dice así: ¡Oh mis Tres, mi Todo, mi bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en la que me pierdo! En ella se dicen muchas cosas. En primer lugar, se señala que no podemos relacionarnos con la Trinidad sin hacerlo con cada una de las Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El camino pasa por el Hijo, que es quien nos ha manifestado el misterio inefable. Sin Él no podemos ir a ningún sitio. Al mismo tiempo, como indica el Evangelio de este día, necesitamos del Espíritu Santo para que nos conduzca hasta la verdad plena. Por tanto, la Trinidad debe ser tratada conforme a lo que es. Debemos dirigirnos a cada una de las divinas Personas. Ciertamente ninguna de ellas es superior a las otras, sino que, como indica el prefacio de este día, las tres son iguales en dignidad. Las tres son Dios y, por tanto, han de ser tratadas por igual. Ahora bien, al mismo tiempo no podemos concebir a Dios si falta alguna de ellas. Como dice Isabel de la Trinidad, es una inmensidad en la que nos perdemos.

Muchas veces he meditado sobre este Misterio que nunca llegaré a entender. Pero aún así, me he dado cuenta de una cosa: ahora me es imposible pensar un Dios que no sea trinitario. No sé explicarlo bien, pero me doy cuenta de que si separo el Misterio de Dios de las tres divinas Personas me parece inconsistente y sin sentido. ¿Cómo he llegado a ello? Pienso que de una manera muy simple: santiguándome cada mañana en nombre de la Trinidad, empezando y acabando la santa Misa en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, invocando a cada Persona por separado o a las tres a la vez. Aun sin entenderlo, el misterio se nos hace presente y nos ilumina.

La misma santa que hemos citado tenía otra cosa muy clara: por el bautismo las tres divinas Personas vinieron a su alma e inhabitaron en ella. Es lo que sucedió en cada uno de nosotros el día en que fuimos incorporados a la Iglesia. Llevada de esa convicción escribió: Quisiera sepultarme, por así decir, en el fondo de mi alma a fin de perderme en la Trinidad que vive en ella, para transformarme en ella. Entonces seré de verdad Isabel de la Trinidad.

El camino para mejor conocer a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, no pasa por la elucubración, sino por la oración sencilla. Se conoce a través de la relación personal que podemos cultivar cuidando de nuestra vida interior. Ese misterio inmenso no está lejos de nosotros, sino que ha venido a vivir a nuestra alma. Está ahí, en lo más interior de cada uno, esperando ser adorado. El Dios viviente se ha hecho cercano a mí comunicándome su propia vida, que es la gracia. Viviendo en gracia conozco a la Trinidad amantísima.