Hech 11, 21b-26. 13, 1-3; Sal 97; Mt 10, 7-13

El Nuevo Testamento, tan parco en elogios (ni del propio Jesús hacen los evangelistas elogio alguno), declara hoy a San Bernabé «hombre de bien»…

Pero no te apresures; no quiere decir con eso que estuviera libre de culpa; era un pecador como tú y como yo. Unas páginas más tarde, en Hech 15, 37-40, contemplaremos una «bronca monumental» entre Bernabé y Pablo, que les llevó a ambos a separarse y a tomar cada uno un camino distinto. Y, en este tipo de lances, ya sabemos que ninguna de las dos partes suele quedar libre de pecado. Cuando la Escritura define a Bernabé como «hombre de bien», semejante sentencia conlleva unos considerandos muy distintos a la ausencia de culpas: «lleno de Espíritu Santo y de fe»… Es decir, un hombre que amaba a Dios, que había dejado entrar a Jesús en su vida y creía en Él. Permíteme escribir de nuevo en esta página una de las expresiones en que hallo más consuelo: un pecador que amaba a Jesucristo. Eso es, en la Biblia, un «hombre de bien».

Y, como era un pecador que amaba a Jesucristo, en apenas diez líneas de primera lectura le veremos en cuatro sitios distintos: Jerusalén, Antioquía, Tarso, y Chipre (destino del envío que corona la lectura). No es que fuera un «turista empedernido»; es que había entregado su vida, y se dejaba llevar por el Espíritu: «enviaron a Bernabé a Antioquía»… Y Bernabé, que quizás nunca había pensado en ir allí, obedece.

«Apartadme a Bernabé y a Saulo para la misión a que los he llamado»… Y Bernabé se deja apartar sin interponer sus planes personales, y se marcha a donde lo envían. Yo no sé qué hubiera dicho de él la justicia americana; pero un «no culpable» se me hace ridículo. Bernabé, culpable como tú y como yo, que tenemos culpas, era un «hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe». Y la Santísima Virgen, Reina de los apóstoles, de quien podemos decir sin miedo «inmaculada», porque «inocente» se nos queda pequeño, se sonríe en el cielo cada vez que un apóstol del siglo XXI obedece al Espíritu Santo y convierte su vida en un anuncio gozoso de la resurrección de Cristo.