2Corintios 12, 1-10; Sal 33, 8-9. 10-11. 12-13; Mt 6, 24-34

Hace unos días hablaba con un clérigo que acaba de empezar, tras los años del seminario, a vivir en la parroquia. “Ya me he encontrado con la cruda realidad,” ese era el resumen de su primer contacto pleno con la vida diocesana.

“La cruda realidad.” Así definimos muchas veces las cosas cuando nos encontramos con dificultades, con cosas que nos cuestan o no son como esperábamos. Pero creo sinceramente que esa no es la “cruda realidad.” Nosotros nos encontramos con una realidad “cocinada,” macerada por el pecado y por nuestra propia soberbia. Creemos que ya lo sabemos todo, lo dominamos todo, lo podemos todo y esa es nuestra realidad. Y cuando nos encontramos con nuestra debilidad, con el pecado, constatamos lo frágiles que somos, nos venimos abajo y lo llamamos “la cruda realidad”, y nos entra el agobio.

“¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?” Y parece que nos encanta agobiarnos: a los estudiantes por el fin de curso, a los trabajadores por su trabajo, los que se van de vacaciones por el viaje, a los enfermos por la salud y a los sanos por la enfermedad. Queremos tenerlo todo bajo control, que nada escape de nuestro dominio, y así nos entra el agobio. Ayer por la mañana teníamos una mañana de retiro espiritual, a la segunda meditación, que era a las 11 de la mañana, no llegaba puntual el predicador. El sacerdote que estaba a mi lado, jubilado para más señas y que nada tenía que hacer durante todo el día más que asistir al retiro, estaba inquieto, agobiado. Preguntaba, se levantaba, miraba el reloj,… ¿Qué mas tenía que hacer? Sólo rezar y ya estaba delante del Sagrario, pero en vez de rezar, se agobiaba.
La “cruda realidad” es que somos débiles. No nos gusta reconocerlo, pero lo somos. San Pablo lo dice de sí mismo con mucha claridad: “Por la grandeza de estas revelaciones, para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne: un ángel de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio. Tres veces he pedido al Señor verme libre de él; y me ha respondido: «Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad.» Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso, vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte.” Y tenemos que contar con esa debilidad. Ahora que muchos planifican sus vacaciones tenemos que contar con nuestra debilidad para no dejar escapar la Gracia de Dios, pues entonces nos creeremos fuertes y nos daremos de bruces con nuestra debilidad.

No podemos creer que lo tenemos “todo superado.” No podemos ir a una playa donde se esté ofendiendo a Dios, pensando que “visto un culo, visto todos.” Ni podemos pensar que tener la televisión mañana, tarde y noche encendida “pongan lo que pongan” es nuestro plan de verano. Ni equiparar días libres con días vacios. Seguramente alguno piense: “Exageraciones.” Pero cuantos matrimonios, familias y vocaciones se han roto por pensar que ya se está vacunado contra todo. Nos olvidamos de la “cruda realidad” que es nuestra debilidad que se fortalece con la Gracia de Dios, la oración y la frecuencia de sacramentos, y acabamos siendo la guarnición de esa “realidad cocinada” que sólo concibe al hombre como un producto de consumo, de uso y de abuso.
El Señor nos hace pensar hoy en los pájaros y en los lirios, no en los leones y en los cactus que son más fuertes. Cuando uno se sabe débil cuando cae, busca ayuda para levantarse. El púgil, que se cree fuerte, aguanta en pie frente a los tortazos de un oponente más fuerte hasta que llega el K.O. No seamos tontos, no dejemos que la vida nos vaya dando tortazos creyendo que lo “aguantamos” todo. “A cada día le bastan sus disgustos” Por eso si por debilidad este verano caes, no dejes que te sigan dando golpes hasta que deformen tu vida de hijo de Dios, ten localizado a un buen sacerdote y haz una buena confesión. No temas, te quedarás en paz y podrás aguantar nuevos disgustos.

Ojalá este verano te organices para visitar unos cuantos lugares de culto de nuestra Madre la Virgen. Allí encontrarás la mirada serena de María que conoce tu cruda realidad de debilidad y pobreza, y la magnífica realidad del amor que Dios nos tiene. Recuerda: “Te basta mi gracia”