Efes. 2,79-22 Sal. 116 Juan 20,24-29
FIESTA DE SANTO TOMÁS APÓSTOL

Muchas veces, y en muy distintos estratos culturales, se oye que la Iglesia tiene que modernizarse. Tal vez la Iglesia del iPod, página Web y las presentaciones en Power-Point (menuda cutrez casi todas, por cierto) sea más atractiva, no lo sé. Tal vez si el Papa se asomase al balcón de San Pedro y aplaudiese a las abortistas, bendijese a los pedófilos, fomentase la explotación del trabajo de los menores y pusiese a un/una pelandusco/ca en la plaza del Vaticano (será por eso que no tiene esquinas), habría conversiones en masa entre los descreídos. Tal vez sea cosa de modernizarse, pero me parece que no tendría un éxito arrollador.

Trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.” ¡Vaya por Dios! Jesús resucitado tampoco se modernizó. Podía haber hecho como en las películas de ciencia ficción, y que se cerrasen sus heridas sin dejar huella. Quedan tan poco estéticas. Hoy, fiesta de Santo Tomás, el incrédulo creyente, nos encontramos con las llagas de la Pasión de Cristo. Y sin embargo, a pesar de ser antiguas, esas llagas siguen siendo más actuales que nunca: en Líbano, en Yemen, en Villanueva del Pardillo, en el hospital al que pertenece mi casa donde acaba de fallecer mi feligrés Alfonso a los cuarenta y pocos años y tras unos meses en coma, y eso sólo por decir algunas de las cosas que nos afectan en España. Cada uno podría poner miles de ejemplos más. Algunos confunden el ser moderno con la tecnología, con anestesiar la conciencia y el corazón, con mirar hacia otro lado ante las realidades del mundo, o querer cambiarlas a nuestro santo entender. Pero la realidad es testaruda, que decía un profesor.

Tomás se tiene que encontrar con la Pasión para encontrarse con Cristo resucitado. Sin duda intentaba negar lo que había pasado unos días antes, lo que había vivido mientras seguía a Jesús, y por eso no le valía de nada el testimonio de los otros apóstoles. Pero cuando se encontró con las llagas de Cristo, cuando las palpó, se dio cuenta que en ellas estaban todas sus dolencias, sus preocupaciones, sus pecados y, que en esas llagas, había sido curado. Por esto decía Juan Pablo II en Cuatro Vientos: “Se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo.” Santo Tomás renueva su corazón, su mente, su vida. Se despoja del hombre viejo, de sus miedos y de sus vacilaciones cuando se encuentra con la Cristo crucificado y resucitado. Jesús no le confirió un nuevo Evangelio, ni un testamento secreto, simplemente le hizo ver lo que le había dicho mil veces: Jesús es el hijo de Dios encarnado para la salvación de todos. Y por eso sólo le queda a Tomás el asentir: “¡Señor mío y Dios mío.!”

¿Modernos? Por supuesto, usemos todo lo que sea bueno para anunciar a Cristo, pero no queramos ser “modernos” de los que se quedaron anclados en el siglo XVIII y repiten constantemente los mismos tópicos. ¿Modernos? Por supuesto pues valoramos al hombre, a todo hombre, como hijo de Dios que le quiere; pues no negamos la posibilidad a nadie de cumplir su vocación y de vivir en libertad; pues no queremos transmitir una ideología, sino a Jesucristo vivo.

Hay mucho por lo que rezar y trabajar, hay muchas llagas en el cuerpo de Cristo, muchos, especialmente los que matan por sus ideas o intereses, tiene que reconocer la verdad del hombre. Así que a modernizarse, a acercarse a la cruz y allí, junto a Santa María, pidamos por nuestro mundo.