El episodio de la zarza ardiente, que hoy leemos en la primera lectura llamó la atención de los Padres de la Iglesia. Frecuentemente lo encontramos citado en sus obras y muchos de ellos lo interpretan como figura del acercamiento a Dios.

Hay una zarza que arde sin consumirse. San Juan Damasceno ve en ello una imagen de la Virgen, y otros Padres de la absoluta trascendencia de Dios. Moisés queda sorprendido porque aquel fuego no consume la zarza en la que arde. Es eso lo que le mueve a acercarse. En vez de dar la espalda al Misterio quiere verlo más de cerca. Y entonces le llega la llamada personal de Dios. Si Dios no se manifiesta resulta absolutamente impenetrable para nosotros. Pero, como señala la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II, Dios quiso darse a conocer. Así Moisés, que había comenzado a acercarse por lo extraño del espectáculo pasa a ser llamado personalmente.

Dios le pide que se quite las sandalias. La actitud ante el Misterio que nos desborda ha de ser de sencillez y humildad. En el Evangelio vemos como Jesús agradece al padre que haya revelado sus misterios a la gente sencilla. Los Padres se fijan también en un detalle. Las sandalias estaban fabricadas con pieles de animales muertos. Es preciso desprenderse de las obras muertas para acercarse a Dios e intimar con Él. El camino de la oración no es compatible, a largo plazo, con la persistencia en el pecado. La oración va acompañada por el ayuno y la penitencia y, sobre todo, por el rechazo de aquello que es contrario a Dios. Moisés, pues, se descalza.

Entonces Dios le dice quien es. Se presenta como el Dios de los patriarcas, el de sus padres. Y de nuevo Moisés se cubre porque teme ver a Dios. Se da cuenta de la enorme desproporción entre el Dios que le habla y su nada. Pero en esto consiste la oración, en el encuentro entre Quien lo es todo y nuestra nada.

El encuentro de Dios con Moisés, sin embargo, no acaba en lo contemplativo. Dios le manifiesta que es sensible al sufrimiento de su pueblo y quiere que Moisés saque a los israelitas de Egipto. La oración, en este caso, se nos muestra en íntima conexión con la vida. En el encuentro del hombre con Dios cabe toda la realidad. Allí se hace más patente incluso aquello de lo que nosotros hemos huido y queríamos olvidar. Porque Moisés había escapado de Egipto para salvar su vida. Ahora Dios le pida que regrese. Nos es fácil suponer que pensamientos pasaron por su mente, que angustia se agolparía en su pecho, cómo su imaginación volaría a terrenos no transitados desde antiguo… De ahí que Moisés se excuse. Pregunta: ¿quién soy yo?

Y es la última iluminación de Dios, en el texto de este día. Porque Dios no se refiere a la idea habitual que podíamos tener de Moisés, ni siquiera a su conocimiento propio, sino que le indica: Yo estoy contigo. Moisés se ha encontrado con Dios y Él ya no lo abandona.

También nosotros, cuando rezamos verdaderamente, nunca dejamos al Señor al acabar nuestra oración. Después Él sigue acompañándonos, aunque a nosotros nos sea difícil mantener su presencia.