El trigo y la cizaña es una imagen que expresa bien como conviven en el mundo el bien y el mal. Sirve para dibujar esa situación que nos cuesta entender, pero consuela saber que, al final, cuando Dios manifieste en plenitud su justicia, el mal será totalmente derrotado y el bien brillará con inigualable fulgor. Mientras, claro, nos cuesta aceptar la situación. Así les sucede a los personajes de la parábola, que piden arrancar la cizaña. Pero el amo pide paciencia. También a nosotros nos lo pide.

Santo Tomás de Aquino consideraba que el gobernante de la ciudad no tenía porqué perseguir todos los vicios. Ello no significaba que estuviera a favor, sino que era una medida prudencial para evitar males mayores. Nuestra vida parece que siempre se va a encontrar en esa tesitura: convive lo bueno con lo malo. En una película cuyo título no recuerdo, uno de los personajes dice que a veces hay que dejarse robar el vino. Se refería a que no siempre es posible el bien absoluto y que es mejor cerrar los ojos ante ciertos abusos pequeños.

Si ahondamos un poco más descubrimos que esa coexistencia entre el bien y el mal no se da solo fuera de nosotros sino también en nuestro interior. Ello produce una gran desazón. Pero, sin aceptar nada que sea pecado, hay que ser paciente también con uno mismo. Hay hábitos muy arraigados que, para quien los posee, resultan una humillación dolorosa. ¿Qué puede hacer esa persona? Sin duda, seguir luchando pero sin dejar de pedir a Dios la ayuda para perseverar en el bien. Hemos de aprender a convivir con nuestro mal carácter, nuestra falta de paciencia o nuestra irritabilidad. No son bienes, pero en sí mismos tampoco implican pecado. Son desagradables y el primero que experimenta sus molestias es quien los padece.

No siempre podemos luchar directamente contra ellos, porque la experiencia nos indica que cuando lo hemos intentado hemos fracasado. Es mejor descansar en el bien y seguir cultivando las virtudes. Poco a poco, con la ayuda de la gracia, nuestra fisonomía espiritual irá moldeando nuestro carácter. Quizás acabemos muriendo con alguno de esos defectos. Dios nos los quitará todos e la vida eterna.

En cualquier caso, la parábola de este día es muy consoladora porque señala el dominio total del Señor sobre la historia. Juan Pablo II, en su último libro, Memoria e identidad, señalaba cómo Dios había permitido el comunismo, un mal que en algún momento parecía definitivo pero acabó cayendo. Lo mismo ha sucedido con otros males que parecían insalvables. Hay males que creemos insalvables, pero que acaban quedando engullidas por la historia que Dios conduce a buen fin. Dios ha sembrado la buena semilla y no va a permitir que se pierda aunque a nosotros a veces nos cueste distinguir la hierba buena de la mala.

Pidamos a la Virgen María que nos ayude a no perder la confianza en Dios y a saber ser pacientes cuando nos enfrentamos a males que no comprendemos.