Ex 34, 29-35; Sal 98; Mt 13, 44-46

El rostro resplandeciente de Moisés, ese semblante luminoso que ocultaba con un velo de pudor al salir de la tienda del encuentro, siempre me ha parecido una de las imágenes más fascinantes, conmovedoras y profundas de toda la Escritura. Hay en esa faz todo un tratado acerca de la verdadera oración cristiana.

Para el gran profeta de Israel, que hablaba con Dios cara a cara, como habla uno con su amigo, el trato con Yahweh no consistía en preparados discursos. La esencia de la oración de Moisés residía, precisamente, en ese «cara a cara»: miraba a Dios y Dios lo miraba a él, ambos rostros desnudos, en un «cuerpo a cuerpo» amorosísimo. La gloria de la Faz del Creador, manifestada en forma de luz, alcanzaba al semblante de Moisés y se apoderaba de él como un reflejo incurable.

En estos meses, nuestras playas están abarrotadas de personas que dedican su tiempo a «tomar el sol». Vaya por delante que, a mí, eso de «tomar el sol» me parece una impertinencia de tomo y lomo. ¿No es de una arrogancia insultante para con el astro rey el decir «voy a tomar el sol» como quien dice «voy a tomarme una coca-cola»? Y claro, el sol, que no es tonto, se venga de los cretinos, y les quema la piel dejándolos oscuros como zulúes. Pero a ellos les gusta, les parece saludable ese color, presumen de él y les agrada que, al volver a la ciudad, alguien les diga «¡Huy, Pichurrita, qué morena vienes!»… Y así tenemos a miles de seres humanos quemados y orgullosos paseando en estas fechas por la superficie del globo terráqueo. La imagen del veraneante tumbado frente al sol es el remedo, la caricatura y el correlato profano de la oración. Moisés no necesitaba una crema protectora del 8 antes de entrar en la Tienda, porque el verdadero Sol, que había invitado a Moisés a mirarlo de frente (no hay nada de arrogancia en la oración del amigo), en lugar de quemar el semblante del profeta dejaba en él impresa su Luz… Y el rostro de Moisés, en lugar de salir de la tienda «moreno», salía resplandeciente, como reflejo de la Faz de Dios.

Te propongo, para este verano, un nuevo modo de «tomar el Sol»: dedica media hora, todos los días, a exponerte ante la Vida de Jesús. Lee despacio, mirando de frente, el Santo Evangelio. Haz, tras cada versículo, un breve silencio y deja que resuene en tu alma; no saques conclusiones, simplemente mira. Contempla, imagina a Jesús, pasea por su Vida y por su muerte. Tras un tiempo de «santo bronceado», en tu alma habrán quedado impresas las marcas del Salvador. Los sentimientos de su Corazón se habrán reflejado en el tuyo, y tu rostro… Tu rostro se habrá iluminado de gozo, y hablará a los hombres de Cristo.

Cuando Bernardita veía en Lourdes a la Virgen, el único signo que las multitudes tenían para saber que aquella niña estaba ante su Madre era que su rostro se llenaba de paz. Por la paz de tu semblante sabrán los hombres que rezas. Si luego quieres ir a la playa a tostarte como una rebanadita de pan, de un lado y del otro… Allá tú, pero reza.