¡Cuántas veces habremos meditado el texto del Evangelio de hoy! Sin duda tenemos en la cabeza esa posibilidad de dejar pasar de largo en nuestra vida a Jesús, cambiándolo por cualquier bagatela, que por mucho que cueste no es nada valiosa. En muchas traducciones de la Biblia ponen este texto bajo el encabezamiento de “El joven rico.” Pero creo que si lo leemos despacio, ni joven, ni rico.

No es joven. -«Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo- y luego vente conmigo. » Es típico de la juventud el arriesgarse, el intentar llegar hasta el final en lo que se hace, aceptar nuevos retos y embarcarse en nuevas aventuras. Este no, este había llegado prematuramente a la “madurez,” es decir, no quería cambiar de vida, arriesgar lo más mínimo. En el día de hoy el cambio más arriesgado que haría sería cambiar de la Play3 a la Play4, y aún echaría cálculos de cuanto se tenía que gastar en nuevos juegos. Hoy tristemente me encuentro a muchos que son cortos en años y en miras. Como el joven del Evangelio son incapaces de arriesgar, de mirar a un futuro más inmediato de la siguiente media hora o, los más arriesgados, hasta el fin de semana. No aceptan una invitación a cambiar de vida pues ¿qué va a ser de ellos?. No son personas malas, incluso son tan buenas como el chico del pasaje evangélico. Son incapaces de nada malo, e incluso de nada bueno. Se contentan con ser “del montón,” sin querer escuchar que Dios los ama a cada uno, que los mira con cariño y los llama por su nombre. Esos no son jóvenes, son viejecillos encerrados en un cuerpo de veinte años. Gracias a Dios hay también un buen montón de jóvenes, aunque sean pequeños Agustines, dispuestos a dejar que su vida de un vuelco en cualquier momento, y son la esperanza de la Iglesia y del mundo.

No es rico. «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna? » Este pobrecillo vivía ya hace dos mil años en la dinámica de la compra-venta. Todo tiene un precio y todo se puede comprar, hasta la vida eterna. Para él la vida eterna no es un regalo de la misericordia de Dios, es un derecho que tiene que ganarse, como el ser socio del club de campo, y que nadie le diga que le han regalado nada. Tan ciego como sus antepasados para reconocer que los jueces eran enviados por Dios para auxiliar a su pueblo, este joven no quiere ver lo que debe. Cuantos chicos conozco que son incapaces de ser agradecidos. Todo se lo deben, o a todo tienen derecho. No dudan en enfrentarse a gritos con sus padres, maestros y amigos para reclamar sus “derechos.” Y cuando no consiguen lo que quieren sueñan con tener dinero para comprar su “libertad.” Los pobres no se dan cuenta que “no tienen nada que no hayan recibido.” Como dice Sabina (que no es un padre de la Iglesia exactamente), son tan pobres que sólo tienen dinero, y en la mayoría de las ocasiones exclusivamente sueñan que lo tienen. Pero también hay un buen número de jóvenes que han descubierto las verdaderas riquezas: son buenos amigos de sus amigos, aprecian la familia y no dudan en ponerse de rodillas ante el Sagrario y tienen una sonrisa en los labios. Que saben ceder el paso y dar las gracias, que se saben agraciados y ponen a don dinero en su sitio, que no es el corazón.

La Virgen María es joven y rica, ella sí. Y, normalmente, los jóvenes que me he encontrado enamorados de ella, que cada día le rezan el rosario con cariño, también son jóvenes y ricos, aunque estén en una residencia de ancianos con ciento cuatro años.