Es uno de estos típicos tópicos que se repiten sin cesar: la Iglesia debe cambiar, debe acomodarse a los tiempos, tiene que cambiar su mensaje. “A mí Jesús me cae muy bien, pero la Iglesia… puaj” te comentan muchos entre el sorbito de cerveza y la tapa de mejillones. Por otra parte dentro de la Iglesia los Papas y los pastores nos insisten en acomodar la manera de anunciar a Cristo (nunca el mensaje), a los tiempos actuales, como es natural, aunque algunos no lo entiendan. ¿A quién hacer caso? Desde la fe la respuesta es clara e inmediata, pero enseguida sale algún listo, aprendiz de teófobo, que te suelta que Jesús quiso decir otra cosa, que hay que ser fiel a los orígenes que sólo él conoce. ¡El número de los listillos es incalculable! Pero vamos con el Evangelio de hoy.
“El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: «La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.»” ¡Vaya por Dios!, empezamos fuerte. A los que estaban invitados a la boda y no quisieron ir no los trata el Señor con mucha misericordia. Podía haber pensado: “Me he equivocado de estilo de boda, es mejor hacer una fiesta en la piscina o una barbacoa en el jardín.” Pero no, la boda está preparada y era la mejor fiesta que se podía preparar con “terneros y reses cebadas,” preparadas desde hace tiempo para esa ocasión (lo siento por los vegetarianos), pero los convidados no quisieron ir, les parecería que tenía que cambiar el menú. Así son algunos que no dejan a Dios preparar el cielo, el entrar en “el gozo de tu Señor.” Se empeñan en hacer a Dios, la fe, el cielo y el infierno a su medida y, por eso, la Iglesia les oprime y quieren cambiarla. Pero la Iglesia sólo puede ser fiel a lo que ha recibido, no puede cambiarlo ni modificarlo. Tiene que ser tan fiel a Dios como Jefté, que sacrifica a su propia hija por bocazas (algo que hoy en día no compartiríamos, pero es que antes del cristianismo la vida humana se consideraba de mucho menos valor).
Y ¿será que Dios se enfadará tanto y hará como el rey de la parábola? No creo que Dios se enfade (ya ha visto tantas cosas), pero cada uno nos encontraremos de cara con Dios y, después de haberle manipulado tanto en esta vida no podremos aguantar en su presencia, arderá nuestro corazón inflamado por la soberbia y nos lanzaremos de cabeza al fuego a sufrirnos a nosotros mismos durante toda la eternidad, ,mientras Satanás nos recuerda constantemente lo estúpidos que hemos sido. Esperemos que no nos pase.
Seguramente a todos nosotros nos han llamado en un “cruce de caminos.” Nos han invitado a la boda nuestros padres, y a ellos nuestros abuelos y bisabuelos. Los santos que han sido fieles en momentos de persecución, los sacerdotes celosos en sus pequeñas parroquias de pueblo, los frailes misioneros que llevaron la fe hasta nuestro país, los teólogos que defendieron la fe frente a sus deformaciones, los matrimonios piadosos de un barrio, los niños de corazón limpio, los mártires y los apóstoles. No hemos creado nada, lo hemos recibido y hemos aceptado la invitación. No nos quitemos el traje de fiesta pensando que es nuestra fiesta, otro es el amo de la casa.
La Virgen aceptó esa invitación y se puso su mejor traje, la entrega de toda su vida a la voluntad de Dios. Pidámosle al Espíritu Santo que nos encuentre así, no queriendo cambiar la Iglesia, sino cambiándonos a nosotros mismos y al mundo, para que muchos se acerquen a la invitación de nuestro Rey.