1Tes 1, 1-5. 8b-10; Sal 149; Mt 23, 13-22

«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren». Hemos demonizado en exceso a los fariseos, sin darnos cuenta de que, con ello, nos estamos «defendiendo» del evangelio. Cada vez que leemos las invectivas de Jesús contra aquellos hombres, suponemos que fueron pronunciadas para personas mucho peores que nosotros. En consecuencia, no nos damos por aludidos. «¡Qué malos eran los fariseos!»… Es la única conclusión que extraemos de pasajes evangélicos como éste; a lo más, al «¡qué malos eran los fariseos!» algunos añaden: «si es que se parecían a mi suegra»… Permíteme un «tirón de pies»: vamos a tocar tierra, y a mirar de cerca los reproches del Señor. Valga como ejemplo el que encabeza estas líneas. ¿Quién es el que se planta en la puerta del Cielo con los brazos extendidos, impidiendo entrar a los demás y negándose él mismo a cruzarla? :

– El padre y la madre de familia que niegan a sus hijos una verdadera formación cristiana, y los entregan, para que no molesten demasiado, en manos del televisor… – El cristiano tibio que, por respetos humanos, por cobardía, por «no quedar mal», se niega a hablar de Cristo a sus compañeros de trabajo y les deja vivir en soledad bajo pretexto de «no inmiscuirse en la vida de nadie»… – El sacerdote (¡ay!) o el catequista que no obedecen, que no hacen penitencia, que no quieren subir a la Cruz para redimir las almas unidos a Cristo, y embaucan a los hombres con palabras bonitas para convertirlos en discípulos suyos. Éstos tienen un mayor pecado; son ladrones de almas… – El bautizado que no dedica tiempo a formar su alma en la recta doctrina, para robustecer su fe y ayudar sus hermanos, mientras entrega horas y horas a su trabajo, para ganar dinero… – El que escucha blasfemias sin inmutarse y ríe las gracias de los chistes irreverentes, aunque estaría dispuesto a abofetear a quien insultara a su madre… – El que, cuando encuentra a un hombre que sufre, no ora por él… – El que, teniendo un familiar enfermo de muerte, se niega a aconsejarle una buena confesión o a llamar al sacerdote para que le administre los sacramentos, porque piensa que el enfermo morirá del susto o lo desheredará. Éste siempre dice: «¡No es para tanto!»

¡En fin, qué malos eran los fariseos! ¿verdad? Déjame decirte una cosa: ni los fariseos, ni «fulanito» que te cae tan mal, ni el lucero del alba. Tú, tú y yo. El evangelio es para nosotros. Llevamos mucho tiempo plantados en la puerta, sin entrar ni dejar entrar a los demás. Por eso le pediremos hoy a la «Puerta del Cielo», Santa María, que nos otorgue las fuerzas para dar ese paso que nos separa de la Cruz; y, para que, desde allí arriba, seamos en el mundo la voz gozosa de quien invita a entrar a todos los hombres al banquete del Reino.