1Tes 4, 1-8; Sal 96; Mt 25, 1-13

Hmmmmm… Con ésta, ¿cuántas veces llevo leída la parábola de las vírgenes necias? Puede que cientos, quizá más de mil. Y desde la primera vez, han surgido en mi alma ciertas preguntas que nunca me he atrevido a formular; ha sido como si «hiciera la vista gorda» ante determinados «errores» de la parábola, para no decirme a mí mismo que el relato del Señor deja bastante que desear. ¡Se acabó! Ya es hora de sacar a la luz esas preguntas, y confiar en que hallarán su respuesta delante del Crucifijo: – Primera: ¿por qué las vírgenes prudentes se quedan dormidas al igual que las necias? Se ve que no eran tan santas, puesto que el Señor nos ha ordenado a todos velar. – Segunda: ¿no fueron unas desalmadas aquellas doncellas cuando negaron un poco de su aceite a las otras? ¿acaso un alma santa puede permitir que un hermano suyo se condene, si puede ayudarle a salvarse? -Tercera: ¿qué significa ese «No os conozco» que tanto estoy escuchando durante estos días y con el que parecen ser despedidos quienes se condenan? ¿Acaso existe alguien a quien Dios no conozca?

«- Primera: las almas santas también se duermen. Tan sólo mi Madre, María, permaneció siempre en vela. Pero mis tres apóstoles más íntimos se durmieron en el Huerto, mientras yo sudaba sangre; todos menos Juan se durmieron mientras yo velaba en lo alto de la Cruz. Lee las vidas de los santos y dime si alguno hubo que no pecara… Pero como sus alcuzas estaban llenas de amor a Dios, rápidamente despertaron, lloraron sus culpas, y en sus lámparas brilló de nuevo la gracia.

»- Segunda: ¡Ojalá pudieras partir con tus hermanos la gracia de tu alma! Pero no puedes, porque tú no eres el Salvador. Sólo Yo rescato las almas. Tu misión no es atraer los corazones hacia tu lámpara, sino señalar con ella a los hombres la Tienda, el Calvario. Cada uno debe venir a Mí a obtener Luz, porque Yo soy la Luz del mundo. Muéstrales el camino del confesonario, muéstrales el camino de la Cruz… Aún así, muchos no querrán venir.

»- Tercera: Conozco, como criaturas, a todos los seres. Pero sólo conozco como amigos a quienes como Amigo me tratan. Ahora contéstame tú: ¿serías feliz si te encerraran en una habitación con alguien a quien has rechazado, y de quien nada quieres saber? ¿Y si te destinaran a estar eternamente con esa persona? Del mismo modo, quien no ha aprendido a amarme en la tierra, aún en el cielo sería infeliz, puesto que la salvación consiste en estar conmigo. Si no somos amigos nunca podremos encontrar felicidad en estar juntos.»

Ahora entiendo. Voy a pedirle a María, siempre despierta, que me mantenga en vela; sigue sin gustarme la idea de dormirme. Voy a pedirle, a pesar de todo, que me de un poco de su aceite, porque ahora sé que cogido de sus blancas manos llegaré a la Tienda, a la Cruz. Y, por último, voy a pedirle que no tenga en este vida más que un deseo: conocerte y que me conozcas; y hacer que seas conocido y amado por todas las almas (bueno, dos deseos).