Ecclo 3, 17-18. 20. 28-29; Sal 67; Heb 12, 18-19. 22-24a; Lc 14, 1. 7-14

Imagina una larguísima fila de seres humanos, en la que estuvieran todos los hombres y mujeres del mundo (vamos, casi como la que se monta en el Bernabeu cuando sacan entradas «de taquilla»)… Supón que, en los primeros puestos, estuvieran los «triunfadores». ¿Quién estaría el primero? El presidente de los Estados Unidos, Bill Gates, Julio Iglesias… Nunca me he acercado a mirar, pero seguro que sale en la tele (¡O quizás no…!). Vamos ahora al último lugar… ¿Quién viviría allí? No lo hallarás en un despacho: enfermos terminales, presos, mendigos, ancianos abandonados, hombres y mujeres hambrientos de quienes nadie se acuerda… Imagina, ahora, que en esa fila los seres humanos se empujan, se pisan unos a otros, se abren paso a codazos y hasta se matan por avanzar un puesto… ¡Deja de imaginar! Mira tu hogar y contempla tu porción de la fila: ¿No es verdad que atropellas a los tuyos para quedar siempre «por encima»? ¿Que, desde que llegas a casa, estás deseando que te sirvan? Mira tu lugar de trabajo: ¿cuántos codazos y zancadillas, cuántos pisotones para avanzar un poquito, para ser y mandar más que los otros?… ¿Existe o no existe la fila?

Supón que apareciera un hombre que echara a correr en dirección contraria, buscando afanosamente el último lugar. Todos se le quedan mirando asombrados: unos dicen que es un loco, otros piensan que se trata de una maniobra para avanzar, otros suponen que es un poeta y lo compadecen… Imagina que aquel hombre alcanza el último puesto, y se muestra ante el mundo agonizante, rasgado el cuerpo a golpes de látigo, cubierto el rostro de escupitajos y crucificado entre ladrones. Llegado al fondo de la fila, abre allí una puerta y por ella entra, resucitado, en el Paraíso, donde alcanza su puesto a la derecha de Dios.

Es domingo; multitud de personas de todos los lugares de la fila se dan la vuelta: han sido alcanzados por la luz. Y una loca carrera, en sentido contrario, revoluciona el mundo. Mientras buscan, presurosos, los últimos puestos; mientras parecen ansiosos por servir, gozosos al entregarse, jubilosos al repartir cuanto tienen, los demás les preguntan: «¿Acaso no deseáis los primeros lugares?»… Ellos responden: «luchad vosotros si queréis y perded la vida por vuestras codiciadas joyas; os las regalamos.
Nosotros ya hemos encontrado nuestro Tesoro, y para conseguirlo no necesitamos pisar a nadie; este Tesoro no nos lo pueden robar»… ¿Me creerás si te digo que, en los comienzos de la fila, en ese lugar al que tantos hombres desean llegar, no hay nada?…

Sí, sí, ya sé que parece una locura, pero quienes llegan allí, después de tanto haberlo soñado, encuentran un abismo que les hace desear no haber malgastado su vida. Acércate ahora a los últimos puestos, y a esa Puerta con forma de Cruz que María ayuda a cruzar a sus hijos: ¿Podrás imaginar lo que Dios te tiene preparado allí? No, no podrás. El Cielo supera, con mucho, nuestros mejores sueños…
Mira de nuevo a tu hogar y a tu lugar de trabajo… ¿A dónde vas?