Miq 5, 1-4a; Sal 12; Mt 1, 1-16. 18-23

Me gusta imaginar a la Virgen niña, recién brotada del seno de Ana. Pasaría horas contemplando su sueño pacífico, saboreando el modo en que se abraza a los pechos de su madre en busca de alimento, redescubriendo sus primeros pasos y aplaudiendo sus primeras palabras. Le he pedido prestados los ojos a Joaquín, y a través de ellos he asistido a las maravillas de este Dios que rima poemas celestes sin romper la métrica de la prosa humana.

Luego he cambiado de asiento; pedí a los ángeles un hueco en su palco, y desde allí vi la Historia de los hombres reflejada en la pequeña faz de una bebé. El palco de los ángeles ocupa un lugar de privilegio; desde allí se contemplan zonas del escenario que muy difícilmente se distinguen desde el patio de butacas. Pude ver a Adán paseando entre los animales, en su búsqueda ansiosa de diálogo. Uno por uno los nombraba, y ninguno respondía. Cansado al fin, se tumbó a beber la amargura de una soledad terrible… Rimaba con Jesús: recorrió Judea y Galilea predicando la Buena Nueva, y nadie le entendía; ni siquiera los suyos, los apóstoles que escogió, captaban el profundo significado de sus palabras de Vida. Cansado al fin el nuevo Adán, se tumbó en el lecho de la Cruz y bebió un abismo de soledad.

«No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle a alguien semejante a él para que lo acompañe». Mientras Adán dormía, abrió Yahweh su costado y entonces Eva nació. «¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!», exclamó gozoso el primer hombre… Vio Dios Padre la soledad de su Hijo, y se propuso crear a alguien semejante a Él. Dormido Cristo en la muerte sobre el Leño, una lanza perforó su Costado y manó una fuente de sangre y agua. Entonces nació María. Dios jugó con la Historia (lo hace a veces) y situó a la nueva Eva antes del nuevo Adán. Los teólogos dicen, muy serios, «ante praevissa merita»… Significa que María es el fruto anticipado del Árbol de la Cruz (desde el palco se ve muy bien; desde el patio de butacas engaña un poco la perspectiva). «¡Ésta sí que es gracia de mi gracia!»… Y el Verbo divino, solitario entre los hombres, miraba a María y se sentía acompañado. No sé si, durante la infancia de Jesús, hablarían ambos sobre la Santísima Trinidad o sobre los misterios más profundos: yo no estaba allí. Pero sé, porque he leído muchas veces el relato de las bodas de Caná, que ambos se miraban y se entendían como jamás se han entendido en este mundo dos seres humanos.

Eva fue un don para Adán; María lo fue para Jesús, y lo es para nosotros. Por eso, aunque es hoy el cumpleaños de nuestra Madre, parece que fuera el nuestro; porque me dan ganas de felicitarme a mí, y siento que, en este día, soy yo quien recibe los regalos… ¡Felicidades, Mamá!