San Pablo nos dice hoy una cosa que, cuando la escuchas, piensas: claro, si tiene toda la razón. Y te enfadas un poco porque fijas en que aunque es verdad lo que dice si no te lo recuerda no caes en la cuenta. Dice el Apóstol: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba”. Y tiene toda la razón. ¿De qué nos vale saber que hemos resucitado si seguimos arrastrándonos por estos fangos y casi ni nos acordamos de nuestra patria celestial?

Pero los hombres somos así, y los cristianos no escapamos a ello. Necesitamos que continuamente nos recuerden lo que somos y para qué estamos. Porque si no nos perdemos en múltiples cosas. Un autor medieval, Guerrico de Igny, escribió: “Estarás en condiciones de reconocer que tu espíritu ha resucitado plenamente en Cristo si puedes decir con íntima convicción: ¡Si Jesús vive, eso me basta!”. Esa convicción es la que nos permite tomar distancia de todas las cosas. Cuando falla entonces nos refugiamos en lo que san Pablo llama el hombre viejo, y en toda esa serie de imperfecciones que enuncia en su carta.

La imagen del hombre viejo me trae una imagen. Lo tenemos tan arraigado que quitárnoslo de encima se convierte en una tarea pesada e inacabable. Es como si nos lo arrancáramos a tiras, como cuando nos despellejamos. Está tan arraigado que parece que nunca va a desaparecer del todo. La nueva vida en Cristo no nos ahorra ese combate por identificarnos cada vez más con él. A ello se refiere el Kempis al decir que si cada día nos esforzáramos por cultivar una virtud acabaríamos siendo santos. Aunque tenemos la experiencia de que para una sola virtud no nos basta un día, sino que necesitamos muchos y, cuando nos parece que ya la habíamos adquirido nos sorprendemos actuando contra ella. Pero se entiende lo que quiere decir: mirar cada día a lo que Dios nos da y reconocer la dignidad que ya se nos ha concedido.

Que la lucha sea difícil no debe desanimarnos, porque lo más grande ya se nos ha dado. San Pablo no dice que hemos de conseguir algo que está lejos del alcance del hombre. Parte de la realidad que ya se nos ha concedido: hemos resucitado con Cristo. Por lo tanto, a lo que nos exhorta es a desplegar todo el dinamismo de esa realidad: la vida cristiana en nosotros. Y quizás eso sea lo primero y más importante: tomar conciencia de la vida nueva que se nos ha regalado en Cristo. El hombre nuevo no es algo que tengamos que construir, sino que se nos da. El viejo si que lo hemos elaborado nosotros y es del que tenemos que desprendernos. El hábito, en el sentido de aquello a que nos hemos acostumbrado, es el que nos dificulta el trabajo. Pero todo es posible con la gracia.

Que la Virgen María nos ayude a crecer en la vida interior para parecernos cada vez más a su Hijo; que ella sostenga nuestra mirada en las cosas del cielo, para que las preocupaciones de este mundo no nos descuiden de nuestra meta.