Bar 4, 5-12. 27-29; Sal 68; Lc 10, 11-24

Es sábado. Y la sombra de aquel Sábado Santo se posa hoy sobre la mañana, llena de tristeza y de gozosa esperanza. María se ha quedado sola, y a solas cree, a solas espera, a solas llora. Sus lágrimas llegan hasta nosotros, hoy, recogidas en el odre del libro de Baruc:

«Dios me ha enviado una pena terrible: vi cómo el Eterno desterraba a mis hijos e hijas». Toda mi progenie, el Hijo para quien viví, el Tesoro de mi Corazón, ha sido desterrado de este mundo. Y, junto con Él, se han ido los demás: Simón, Andrés, Bartolomé, Tadeo… todos han huido, y estoy sola.

«Yo los crié con alegría, los despedí con lágrimas de pena». En Belén, en Egipto, en Nazareth, mi vida estaba llena de luz… La Luz vivía en mi casa. Yo crié a la Luz entre abrazos y besos de Madre… Ayer lo despedí entre lágrimas de fuego, y mis mejillas todavía se abrasan.

«Que nadie se alegre viendo a esta viuda abandonada de todos». Primero murió José; el compañero de mi vida en esta tierra se marchó, y yo quedé viuda. Pero aún lo tenía a Él. Y, aunque estaba lejos tantas veces, nunca me sentí sola. Hoy, ni tan siquiera a Él lo tengo; todos me han abandonado, y mis lágrimas no pueden verterse si no es en el abismo de ese Dios ahora oscuro.

«Si estoy desierta, es por los pecados de mis hijos, que se apartaron de la ley de Dios». Han sido mis hijos, los hombres, quienes, con sus pecados, han alejado de mí al Fruto de mi vientre y la Alegría de mi vida. Han sido mis hijos, ay, mis hijos que tanto me duelen…

«Ánimo, hijos, gritad a Dios, que el que os castigó se acordará de vosotros». ¡Hijos míos! ¡No nos demos por vencidos! El Príncipe de las tinieblas no puede haber ganado este combate. Arrepentíos, gritad a Dios, que Él, que es la Misericordia misma, se acordará de vosotros y sabrá miraros con cariño. ¿Qué esperáis? ¡Gritad a Dios, pedid perdón!
«Si un día os empeñasteis en alejaros de Dios, volveos a buscarlo con redoblado empeño». Del mismo modo que fuisteis constantes para pecar, sedlo ahora para volver a Dios… ¡Qué digo del mismo modo! ¡Sed ahora más fuertes! Empeñaos en convertiros el doble de cuanto ayer os empeñasteis en pecar… Volved a buscad al Señor, volved al Calvario… Y lo encontraréis.

«El que os mandó las desgracias os mandará el gozo eterno de vuestra salvación».

Si, contritos y humillados, volvéis al Gólgota, al lugar de la Cruz, quien allí os envió desgracias y soledades os devolverá (¡Nos devolverá!), resucitado, al Salvador. No lo dudéis; Dios nunca faltó a sus promesas. Tomad, por tanto, mi mano, y encaminémonos de nuevo al Calvario. Si no os separáis de mí, mañana por la mañana llegaremos, antes de que salga el sol… Y ya habrá amanecido para no atardecer jamás.