Hoy en España se hablará mucho de la letra Z. Desgraciadamente no será por una visita de Catherine Zeta Jones, lo que sería mucho más agradable, sino por la campaña del Presidente del Gobierno: “Con Z de Zapatero.” No estamos aquí para hablar de política, pero al ver el anuncio de la campaña me he preguntado si los estudiantes de hoy sabrán distinguir con claridad qué palabras acaban en D y cuáles en Z. No es por ser torpes, es que seguramente nadie se lo ha explicado en estos años. Así que para ellos la campaña no será graciosa ni simpática, será rara. Pero bueno, se ha querido imbuir en el espíritu de los electores la unión de la Z de Zapatero con la bondad, la simpatía, y desgraciadamente, según afirma rotundamente el presidente: “¡ La verdaz! (Gracias a Dios no es la verdad). Terribles palabras. El Decir “Yo soy la Verdad” sólo lo pudo decir Cristo, que es Dios encarnado, nuestra vida, tristemente, está muy lejos de la verdad en tantas ocasiones que al leer el Evangelio de hoy tiemblo.
“ Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis de noche se repetirá a pleno día, y lo que digáis al oído en el sótano se pregonará desde la azotea.” Muchas veces pensamos que por repetirnos mil veces una mentira se hará verdad: “No tenía otro remedio” “Mi carácter es así” “Todo el mundo lo hace” y un largo etcétera (o etzétara, a elegir). Tanto nos queremos repetir la mentira que no podemos afrontar la realidad (o realidaz). Entonces comienza la falta de examen de conciencia, se empieza a confesar menos frecuentemente, se buscan personas que compartan nuestras mentiras y, acabamos desesperándonos y viviendo con miedo a la verdad (pero encantados de estar con nuestra verdaz).

“ A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más. Os voy a decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después echar al infierno. A éste tenéis que temer, os lo digo yo.” Jesús comienza llamándonos amigos, es como una confidencia a los que más quiere, a los que aprecia y a los que le aprecian. En la cruz contemplaremos hasta donde llega su amistad incondicional por cada uno de nosotros. Y después nos desvela el gran secreto de la vida: con Dios no tenemos nada que temer, sin Dios échate a temblar. Dios no se olvida de ninguno de nosotros. No hay nada tan horrible, tan blasfemo, tan terrible, que Dios no pueda comprender y perdonar. Pero para eso tenemos que ser amigos de Dios. Tenemos que hacer oración, examen y penitencia. La mejor manera de tranquilizar la conciencia no es alejarse del Amigo, sino todo lo contrario, contarle a Dios todo lo que nos pasa, llorar en su presencia, pedirle luces para cambiar de vida, hacer una buena confesión y hablar con quien pueda aconsejarnos en nuestra vida y nos transmita ese amor misericordioso de Dios. Nos lo recuerda San Pablo: «Dichoso el hombre que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le cuenta el pecado.» Sólo entonces viviremos sin miedo.

Muchas veces mis jaculatorias no son con palabras. En multitud de ocasiones me basta un guiño a una imagen de nuestra Madre la Virgen para entender que siempre, siempre, me puedo acercar a Dios sin ningún miedo. Y eso sí que da tranquilidad (sin z).