Las noticias, sobre todo las más tontas, casi siempre dan ocasión de encontrar motivos para la oración. Hace un par de días que se hablaba de un matrimonio búlgaro (creo), que discutían continuamente en casa. En vez de usar Internet para leer el Evangelio de cada día se dedicaron, cada uno por su cuenta, a chatear a ver si encontraban a alguien que les comprendiese. Uno por fin lo encontró y, se entendían tan bien que decidieron quedar a tomar algo. Cuando aparece en la cafetería resulta que la pareja de “chateantes amorosos” eran el esposo y la esposa que no podían verse en casa. Han acabado de la forma más tonta, divorciándose por ser infieles por Internet, con su propio cónyuge. Conozco unos cuantos casos de “enamoramientos virtuales,” que han dado al trate con matrimonios o felices noviazgos y luego se han quedado en un montón de chips desperdigados por la red, y dos personas destrozadas. Tener cuidado con esas cosas, parece que se empieza jugando, pero al final…

“«Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios. Y si uno me reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles de Dios.” Con Dios no valen los enamoramientos virtuales (no todo el que dice “Señor, Señor”…). La acción de Dios en la historia de los hombres, la vida de Jesucristo y la acción del Espíritu Santo en nosotros no es una realidad virtual, es algo real, palpable y demostrable, a poco sinceros que seamos.

«Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe, Abrahán creyó. Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: “Así será tu descendencia”» Y cambió su vida, la de su familia, la de sus sirvientes y hasta la de sus cabras. De nada valen los arrobamientos místicos, las revelaciones particulares o las levitaciones de tres metros y medio si no cambiamos nuestra vida. No podemos llevarnos bien con Dios en la sacristía y avergonzarnos de ser Hijos suyos en la calle, en la empresa, entre los amigos. Es inútil decir: “Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,” mientras damos otra vuelta a la cama el domingo a las 12:25 pues “¡No tengo otro día para descansar!” y pasas de ir a Misa.

Y si nuestro amor a Dios no es virtual, el de Dios tampoco lo es. “ Cuando os conduzcan a la sinagoga, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de lo que vais a decir, o de cómo os vais a defender. Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir.” Cuántas personas buenas, santas diría yo, he visto dar argumentos de su fe en ambientes completamente hostiles. Muchas veces no les han hecho falta palabras, simplemente un gesto, una sonrisa, una obra de caridad hecha sin doblez, han bastado para que los que se metían con su fe me dijesen: ¡Qué equivocado estaba respecto a esta persona!. Y esa es la acción de Dios en uno y en otro.

Hoy sábado tenemos el corazón centrado en María. Una pregunta que siempre me he hecho. ¿Por qué los apóstoles se quedaron con María, la madre de aquel al que habían traicionado y abandonado? Lo normal es que estuviesen muertos de vergüenza y no quisieran verla nunca más para no pasarlo mal. Pero el amor de la Virgen tampoco era virtual, cada caricia que daría a los discípulos, cada mirada, cada sonrisa entre lágrimas, les estaba diciendo: Yo os quiero, mi Hijo os quiere, Dios os quiere y el amor es más fuerte y más real que la muerte y que el pecado.