“Vidas ejemplares,” creo que así se llamaba la colección de pequeños libros para niños que contaban la vida de los santos y que veías en la parroquia, en casa, en el colegio. Eran libros rápidos de leer, con grandes ilustraciones (a todo color) y que te acercaban a a la vida de San Francisco Javier, San Ignacio, San Francisco e incluso algún santo que no mamaba los viernes de cuaresma. Tal vez ahora nos parezcan ñoñas y trasnochadas esas colecciones de vidas de santos, pero ponían ante la imaginación infantil la aventura de seguir la llamada de Dios. Hoy los niños pedirán una cámara de hipoxia para poder dormir como Raúl, conducirán a 200 Km/h para parecerse a Alonso o se ponen el rosario en el cuello para parecerse a Beckam. Esas son hoy las “vidas ejemplares” que terminan en el hospital como Fernando Fernán-Gómez (que se mejore), en el psiquiátrico como Bobby Fischer o dando nombre a una calle, como la Piquer. Las vidas ejemplares de los santos dan paso a la eternidad, los ejemplos de ahora al vacío (y eso que hay gente buenísima entre los cristianos y no cristianos, pero lo que nos muestran como ejemplo de sus vidas no es lo mejor de ellos).
“ i Enviadme al sepulcro! Que no es digno de mi edad ese engaño. Van a creer muchos jóvenes que Eleazar, a los noventa años, ha apostatado, y, si miento por un poco de vida que me queda, se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso seria manchar e infamar mi vejez.” Eleazar no se aferra a su vida, sabe que su vida puede ser ejemplar para otros, y su ejemplo es perder la vida por la fe. El verdadero ejemplo no se da cuando se muestra lo que se ha conseguido, sino cuando se entrega lo que se tiene por amor a los demás. Cuando alguien pierde algo, e incluso entrega la vida, nos está mostrando que hay algo más. Significa que lo fundamental de nuestra vida no es lo que hayamos hecho, sino lo que Dios seguirá haciendo en nosotros. El éxito y el triunfo sólo lo pueden conseguir unos pocos, dar la vida, día a día, por los amigos, por la familia, por la sociedad, por los enemigos, por todo el mundo, lo pueden hacer ricos y pobres, sabios e ignorantes, sacerdotes y casados, todo esto con un sentido: «Bien sabe el Señor, que posee la santa sabiduría, que, pudiendo librarme de la muerte, aguanto en mi cuerpo los crueles dolores de la flagelación, y los sufro con gusto en mi alma por respeto a él.»
Zaqueo puede parecer menos espectacular, pero entregó lo que tenía en su corazón, el dinero. Es curioso que la frase típica de los atracadores sea “la bolsa o la vida.” Podía ser “la bolsa o te pego,” pero los ladrones saben que casi todos nos dejaríamos dar un tortazo por mil euros, pero nuestra vida vale más que todo lo que tengamos en la cuenta corriente. Por eso Zaqueo está, en cierta manera, dando su vida. Lo que a él le llenaba, le hacía levantarse por la mañana y, sin duda alguna, trabajar duro para sacra los impuestos a sus vecinos. Lo perdía todo, hasta su fama y sus posibles amistades, por el dinero. Pero al encontrarse con Jesús pierde su antigua vida y comienza una nueva. Ahí empezó la salvación de esa casa. Y cada uno de nosotros ¿a qué estamos apegados? El Señor no quiere teorías, nos da su gracia, se nos da el mismo en la Eucaristía, para que seamos ejemplares, no predicadores. Si tu cónyuge, hijos, vecinos, compañeros de trabajo, amigos, socios o empleados no encuentran nuestra vida ejemplar ¿no será que no estamos recibiendo a Jesucristo en nuestra casa?
La Virgen es una verdadera vida ejemplar. Fue ejemplo para Jesús, y Él fue su modelo en toda su vida. Vamos a imitarla.