A veces en los bautizos los padres están un poco despistados, están nerviosos, es normal. Cuando les preguntas, al principio de la celebración: “¿Qué pedís a la Iglesia para vuestro hijo?” en vez de responder a una sola voz: “El Bautismo,” te contestan: salud, amor, tres mil euros,… las contestaciones más dispares, pero siempre piden algo bueno para sus hijos. Nunca me han contestado: Que le salga un forúnculo, que sea bizco o patizambo. Los padres siempre quieren lo mejor para sus hijos. Pero a veces lo que pensamos que es bueno no es lo mejor.
“ No temas a ese verdugo, no desmerezcas de tus hermanos y acepta la muerte.” No parece la petición de una madre. Sin duda muchas madres por salvar la vida de su hijo harían lo imposible y las calificaríamos de “buenas madres” e incluso heroicas. Pero lo bueno no es siempre lo mejor. El contexto en el que esta madre, después de ver morir a seis hijos habla con su benjamín, lo explica: “ Hijo mío, ten piedad de mí, que te llevé nueve meses en el seno, te amamanté y crié tres años y te he alimentado hasta que te has hecho un joven. Hijo mío, te lo suplico, mira el cielo y la tierra, fíjate en todo lo que contienen y verás que Dios lo creó todo de la nada, y el mismo origen tiene el hombre. No temas a ese verdugo, no desmerezcas de tus hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré junto con ellos.” Esta mujer, además de heroica no era tonta. Sabía que un día, más pronto o más tarde, ella o su hijo morirían. El único que podía hacerles volver a unirse no era el rey, es Dios. Y sin Dios, si una vida acaba en la nada, cualquier tiempo -por muy largo que sea-, para una madre es corto.
Cuántas madres y padres por dar mejores cosas a sus hijos pasan menos tiempo con ellos. Por enseñarles a ser competitivos se olvidan de enseñarlos a saber vivir, por mostrarles el valor del dinero se olvidan del valor de la amistad, de la entrega, de la trascendencia.
«Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, diciéndoles: «Negociad mientras vuelvo.»» Muchos son los dones de Dios, pero pocos tan preciosos como los hijos. La parábola va dirigida a aquellos que “se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro,” y algo parecido a ellos son los padres que educan a sus hijos solamente en lo material, en lo inmediato, cerrados a la trascendencia. ¡Y qué decir de aquellos que entierran a sus hijos! ¡literalmente! ¿Con qué cara les mirará el Señor? ¿Cómo se lo explicarán? El Papa vuelve a recordarnos la maldad del aborto. No es un tema antiguo o trasnochado. Nos jugamos tanto y tantas veces lo olvidamos. Y además del comienzo de la vida hay que tener presente su cuidado diario, su educación, el ejemplo que damos,… y tantas veces lo olvidamos.
“ Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.” Esta frase que puede parecer injusta es un realidad palpable. Al que le da todo a su hijo, lo realmente importante, lo gana en esta vida y en la otra. Para quien el hijo es una molestia que hay que mantener, lo pierde en esta vida y en la otra.
Nuestra Madre del cielo está dándonos todo cada día. Acerquémonos a ella y no lo despreciemos.