Hoy hace doce años que uno de mis hermanos, justo el mayor que yo, terminó su caminar por esta tierra en un accidente de tráfico. Nos juntaremos la familia que estemos en Madrid para celebrar la Misa, los que están más lejos se unirán desde sus parroquias. Será algo sencillo, como la Misa es sencilla, y profundo, con la profundidad de Dios. Aunque había visto morir o había asistido a los entierros de mis abuelas, algún tío y muchísimos feligreses, desde ese día comprendo la situación que se genera tras la muerte de un ser querido de otra manera. Ahora que nos relatan los periódicos esos funerales sin Dios, llenos de signos externos, frases grandilocuentes y asistencia de personalidades mientras “el pueblo” va a rendir homenaje a un cadáver, pienso en el entierro de aquellos que no han sido importantes a los ojos de los hombres, que pasan desapercibidos para casi todo el mundo, excepto para los ojos y los corazones de los que los quieren, a los ojos de Dios. Un mundo que rechaza a Dios, para poner en su lugar al hombre, acaba arrinconando al hombre en el olvido. Si el hombre no tiene a Dios, acaba siendo una cosa que, aunque se echa de menos un tiempo, acaba siendo reemplazada por otra o reemplazada. Hace unos días hablaba con unos sobrinos y se me ocurrió decirles un precio en pesetas. Ni les sonaba cuánto era eso. Ellos sólo conocen el valor en euros. Y nuestra querida peseta olvidada e inútil. Así es la memoria de los hombres, pero no la de Dios.
“ En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección.” Los saduceos querían poner una trampa a Jesús. Estaban tan convencidos de su verdad que olvidaban la verdad del hombre y la verdad de Dios. Cuando entro en la casa de una persona mayor que acaba de fallecer algunos (vecinos, amigos, etc.) dicen: “Bueno, ya no sufre.” Pero cuando ves a la viuda te das cuenta que a la persona que ella quería y la ve allí delante sin vida física era a ese, con sus achaques, con sus dolores, con su mal genio. No abre una botella de cava para brindar con sus amigos, pues sabe que tiene que esperar un tiempo hasta volver a ver al amado, y ese tiempo será duro, pero lo espera. Sé de algún niño y de algún joven que, aunque han originado un dolor y pena enorme a su familia por su muerte, han sabido dar el paso de la muerte a la Vida con un “hasta luego” confiando plenamente en Dios. Y esas familias, aunque tristes, viven con la esperanza de la resurrección, con la certeza de la fe. Y cada uno de ellos son hijos de Dios, cada uno es fundamental. Se le entierre con grandes lujos o en un poco de tierra, hubiera hecho grandes obras o sólo lo que Dios le pedía en cada instante, tenga una calle o acabe siendo una lápida anónima en un pequeño cementerio de un pueblo olvidado, tuviera lo que tuviese, es querido por Dios que lo recibirá en sus brazos si nos abrimos a su misericordia.
Estoy leyendo una novela sobre la vida de San Pablo. hay una escena que me ha gustado. Pablo, acurrucado en un camino cerca de Jerusalén, oye el ruido de alguien que se acerca sigilosamente por la espalda, seguramente con un cuchillo para matarle, y se asusta. Cuando se vuelve y ve al que pretendía asesinarle se le pasa el miedo pues Pablo, dice el autor de la novela, de un hombre que se le acerca por la espalda puede asustarse; a la muerte la puede mirar a los ojos.
Santa María, madre de la vida y de los vivos, ayúdanos a prepararnos para la muerte y cuida de todos los nuestros que ya han ido junto a ti.