Últimamente visito algunas grandes empresas y, aunque comparar es odioso, también voy mucho por las oficinas del Obispado. En las empresas dedicadas a los negocios humanos me suelo encontrar una imagen corporativa que se cuida al milímetro, la decoración puesta con gusto, un trato impecable y las últimas tecnologías al servicio de la empresa. Nos guste o no, la imagen vende. El Obispado, y no es por criticar, está lleno de recovecos. La decoración se hace colocando muebles que deben provenir de distintas herencias recibidas sin ningún orden, la informática consiste en poner ordenadores por las mesas, aunque el bolígrafo “bic” sigue sacando bastantes cuerpos de ventaja y carpetas y papeles se adueñan de las mesas y, en muchos casos, deciden jugar al escondite cuando son necesarios. Como ya he dicho las comparaciones son odiosas. A los ojos de los hombres atraerá mucho más una gran empresa que cuida todo los detalles, pero que tal vez lo único que le importa son tus euros, que un Obispado, una pequeña sacristía, un centro de Cáritas o un convento en el que muchos de los que están allí trabajan y viven por el Evangelio.
«Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.» Jesús no se anda con componendas ni intenta endulzar la verdad. No augura un futuro de color de rosa como hacen muchos “salvadores” que se han hecho presentes en la historia, «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo.» Con estas palabras no se crearía un club de fans. Pero Jesús nos recuerda lo realmente importante, lo que perdura y permanece. En esta sociedad en que tanto hay que cuidar la imagen hay que recordar que la “cara es el espejo del alma.” Por mucha liposucción, estiramientos y fotodepilación a la que nos sometamos, si no encontraos lo verdaderamente auténtico en nuestra vida seguiremos teniendo los pies de barro y, ante la primera dificultad, nos vendremos abajo, hechos un amasijo de silicona y aloe vera. No es que no haya que cuidar la imagen que damos al exterior, siempre se agradece, pero tiene que ir acompañada de la belleza interior, es decir, del alma en Gracia. De nada nos serviría una deslumbrante oficina si nos están estafando.
Las obras de los hombres se derrumban, por muy orgullosos que estén de ellas. Las obras de Dios son eternas. Nos lo recuerda la vida de los santos. Cuando estamos acabando el año litúrgico deberíamos preguntarnos qué hemos dejado hacer a Dios en nosotros durante este año. Tal vez podamos cuantificar lo que hemos hecho nosotros, pero sería estupendo que pudiésemos dar gracias a Dios por todo lo que ha hecho en nosotros.
Nuestra Madre la virgen es una obra maestra de Dios y una maravilla de correspondencia. Preparando ya la fiesta de la Inmaculada fijémonos en ella. Que nadie nos engañe, sólo Cristo y el que cree en Él es nuestro modelo de belleza (y de paso podían quitar una mesita horrible que está en medio de un pasillo del Obispado).