Is 25, 6-10a; Sal 22; Mt 15, 22-37

 El Adviento es para los que tienen hambre. La multiplicación de los panes y los peces y el banquete prometido hoy en el libro de Isaías traen hasta nosotros el gozoso anuncio: ya viene el Señor a dar de comer a los suyos. Se acerca la hora de la cena.

 Todos los niños sienten la misma tentación: la de comer a destiempo, la de no esperar a sentarse a la mesa, la de aplacar el hambre por su cuenta antes del momento previsto por sus padres. Y, en todos los casos, el alimento que el niño se procura a sí mismo no es el nutritivo, sino el apetitoso, ese manjar falso que deleita el paladar sin restaurar las fuerzas. ¿Quién no ha sentido el deseo, al llegar a casa antes del almuerzo, de acercarse a la cocina e introducir la mano en la fuente de las -aún recién hechas- patatas fritas? ¿Y quién no ha escuchado, de labios de la madre, aquello de «¡Niño, deja eso, que luego no comes!»? Y, mientras lo decía, consentía porque era madre y sabía que, de ese modo, sólo cogerías una.

 Hace años que dejé la casa materna; vivo solo y tengo la fuente de las patatas a mi entera disposición. Llevo dinero en los bolsillos, y puedo comprar las golosinas que me ahora me gustan, es decir, tabaco. Pero la misma voz me ha acompañado siempre: «¡Niño, deja eso, que luego no comes!». No la cambiaría por nada del mundo, porque ahora sé que los labios de mi madre traían hasta mis oídos la voz de la Madre, el cariño de la Virgen. Es Ella quien no cesa de repetirme aquellas palabras, cada vez que soy un niño malo y goloso.

 Busco, en mi hambre, la aprobación y el cariño de los hombres; y, cuando voy a meter la mano en la fuente del prestigio terreno, escucho: «¡Niño, deja eso, que luego no comes!». Deseo, en mi avidez, saciar los sentidos con descanso, compensaciones terrenas y caprichos; y, cuando ya mis dedos se introducen en la fuente del «no-me-lovoy- a-negar», escucho: «¡Niño, deja eso, que luego no comes!». Me apetece, en ocasiones, alimentar mi insaciable curiosidad informática con nuevos e inútiles accesorios para el ordenador; y, cuando ya he pinchado en la página de Hipermac y me dispongo a comprar la tarjeta Airport escucho: «¡Niño, deja eso, que luego no comes!» (confieso que, en esto último, he hecho trampa: abandoné, si, la paginita, pero acto seguido incluí la tarjeta en mi carta a los Reyes Magos)… Repito que no cambiaría esa voz por nada del mundo.

 «Aquel día, el Señor de los Ejércitos preparará, para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos». Se nos invita a vivir con austeridad en Adviento, y es la Virgen María quien lo hace con esa voz de Madre. Dentro de muy poco el Señor vendrá, y Papá Dios dará de comer a sus hijos. Vale la pena esperar. El banquete lo merece y el Aperitivo -la Eucaristía- ha comenzado ya.