Is 48, 17-19; Sal 1; Mt 11, 16-19

 Me gusta comer; lo paso bien comiendo; disfruto como nadie ante un plato de buena comida y una copa de buen vino. Y, si voy a privarme de ello, necesito que haya una razón contundente que me mueva a hacerlo. De primeras, me sirve la obediencia; nos lo ha pedido el Papa y es bastante. Me fío de él. Pero, cuando el estómago comience con su rugido de las seis de la tarde (es la hora crítica), quizá tenga que decirle algo más. Por eso me he sumergido en la Palabra, y he hecho acopio de razones. Te copio algunas:

 «Si hubieras atendido a mis mandatos sería tu paz como un río»: la guerra es resultado de una desobediencia, y fruto, por tanto, del pecado. Mi ayuno será un ayuno penitencial. Frente al pecado, sólo la penitencia puede interponerse.

 «No así los impíos, no así: Serán paja que arrebata el viento». Es fácil pensar que los impíos son los otros. Bush afirma que la culpa de la violencia es de los pecados de Osama Bin Laden; Bin Laden culpa de todos los males a los pecados de Bush. Sharon arroja la sangre derramada en Israel sobre los pecados de Arafat, y Arafat culpa de las muertes a la intransigencia de Sharon. Yo, entre tanto, los culpo a todos y me sitúo entre las víctimas -entre los justos-: ¡Que ayunen ellos!… Me equivoco. La culpa la tienen mis pecados. Mis pecados crucificaron a Jesús, y mis pecados son parte inseparable de la oleada de maldad que está asolando la tierra, aunque no sean ellos la «parte visible» de esa ola. Por tanto, ayuno sintiéndome culpable y golpeando mi pecho, no el del vecino.

 «Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: «Tiene un demonio»». No cometamos el mismo error. La voz del Papa es, en este día de adviento, la voz de Juan que nos invita al ayuno… ¿Obedeceremos esta vez?

 «Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos (…) sino que su gozo es la ley del Señor». No olvides una cosa: de la violencia no nos librarán los políticos. Nos librarán los santos. Y esos santos tenemos que ser tú y yo. No están los tiempos como para tibios. Date prisa.

 Sé que, hoy, María grita con nosotros. Ella es la Reina de la Paz, y sabe bien que la verdadera Paz no empieza por los despachos, sino por los corazones. Por eso, nuestro ayuno supone, en sí mismo, un paso más hacia la paz. Que el siguiente sea nuestra obediencia.