¡Qué trágica noticia acabo de leer! Menudo disgusto. Unas cuantas clínicas abortistas de España se van a poner de huelga y no van a practicar abortos durante una semana. Los médicos sólo van a hacer de médicos. Tiene que haber tanta tristeza en las calles como en la Bastilla el día de descanso de los verdugos. Se salvarán unas cuantas decenas de vidas (no sé si llegarán al millar) y, al menos, las madres tendrán unos días mas para reflexionar sobre la atrocidad que iban a cometer. Ojalá cerrasen para siempre. Desde luego los motivos de esta huelga no es que se hayan hecho respetuosos con la vida humana, quieren practicar abortos con menos inspecciones, pero, al menos, durante una semana no funcionarán las trituradoras de pequeños cráneos. ¡Menudo disgusto! Pero ojalá todas las semanas nos llevásemos un disgusto de estos.

“ En aquel tiempo, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.” Antes de la multiplicación de los panes y los peces Jesús mira con lástima a la multitud. Con igual lástima debe mirar ahora a la multitud de hombres y mujeres, jóvenes, ancianos y niños, que andan desorientados, como “ovejas sin pastor.” En esta sociedad tan autosuficiente decirle a alguien que anda desorientado es como mentarle a la madre. Y por eso algunos se enfadan tanto cuando le dicen que él no es la autoridad sobre todas las cosas, por mucho cargo que tenga. Cuando una madre decide que prescinde de su hijo no puede decirse que se esté demasiado orientado, cuando el hombre decide hacerse Dios está completamente desorientado, como Adán y Eva en el paraíso.

Pero para eso se encarnó Cristo (seguimos en Navidad), para “que vivamos por medio de él.”

“ En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó.” A veces entendemos que tenemos que ganarnos a pulso el amor de Dios, como si fuésemos invitados impertinentes en la casa del Padre y, ansiosos, esperamos que el Padre se vaya de viaje para organizar nuestra fiesta privada. Sin embargo la vida no es una continua lucha para presentarle una cara agradable a Dios, a ver si le engañamos. La vida es descubrir lo que Dios nos quiere, a pesar de nuestras infidelidades y torpezas. No se trata de conquistar el amor de Dios, sino de reconocerlo y disfrutarlo. Que distinta sería la vida de tantos, incluida la mía, si en muchas ocasiones no mirásemos a Dios como a un desconocido, sino que disfrutásemos de su presencia. Entonces no desconfiaríamos de Él, nos daríamos cuenta que, aunque nos pareciese que tenemos bien poco -sólo cinco panes y dos peces-, Dios es capaz de multiplicarlo. Si la perversión de la maternidad es mirar al hijo de sus entrañas como aun enemigo, la perversión del cristiano es mirar a Dios con ojos de extraño. Sin embargo estamos hechos y llamados para gozar de Dios, aunque a veces nos lo pongan difícil.

Nuestra Madre María comprendió y vivió esto en su plenitud, y lo vive ahora en el cielo. Ella es el camino, sigámoslo. Y ojalá nos sigan dando «disgustos» como el de hoy.