Una buena novela, una película interesante, una conferencia bien preparada, no son aquellas que nos lo dan todo masticado y digerido, siguiendo un recorrido lineal. Sinceramente me gustan más aquellos relatos que, hacia le final, dan la clave de toda la historia y la hace realmente comprensible, a veces cambiando lo que hemos ido pensando a lo largo de toda la historia. Luego, relees la novela, recuerdas la película o escuchas las conclusiones de la conferencia y todo encaja, de principio a fin. En las películas es más fácil recordar estos casos, como los finales de “El sexto sentido” o de “No hay salida,” que, gusten más o menos, desconciertan y dan sentido a toda la película.
No me canso de repetir estos días que seguimos en Navidad, celebrando la encarnación de Dios, que se hace niño. Pero la primera carta de San Juan (conviene leerlas a menudo), nos dice hoy: “ Éste es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.” Este texto nos remite inmediatamente a la cruz. Antes de exhalar su Espíritu, de la herida abierta en el pecho de Jesucristo, manó sangre y agua. ¿Belén y cruz? ¿Son compatibles?. No es sólo la historia lineal del acontecer de la vida de un hombre. El Evangelio escrito termina con la resurrección y la ascensión. Esa es la clave que nos hace entender realmente el nacimiento en Belén y el escándalo de la cruz. No seguimos a Jesús porque fue ajusticiado, que hubo muchos más crucificados; ni porque naciese pobre, que todavía los hay; sino porque ese niño nacido en Belén, que vivió entre sus compatriotas, que predicó por sus calles, que curó a muchos y murió en una cruz, ese, está vivo y es el Hijo de Dios.
“ Se hablaba de él cada vez más, y acudía mucha gente a oírle y a que los curara de sus enfermedades. Pero él solía retirarse a despoblado para orar.” Hablaban de Jesús, se acercaban para que los curase, pero Jesús no vino a hacer crecer su cota de popularidad, ni a curar a todos los leprosos: vino a anunciarnos la verdad de Dios y, por tanto, la verdad del hombre. Toda la vida terrena de Jesús, del comienzo hasta su ascensión se entienden desde la resurrección. Es más, toda la historia de la humanidad, por supuesto la del pueblo de Israel y la de la Iglesia, se entienden a partir del acontecimiento central de la resurrección de Jesucristo.
“ Y éste es el testimonio: Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo tiene la vida, quien no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Os he escrito estas cosas a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que os deis cuenta de que tenéis vida eterna.” San Juan no puede callarse. Ha entendido la clave que interpreta la historia de la humanidad y la historia de cada hombre. Si cada persona no se da cuenta que tiene en sí, por la misericordia de Dios, la vida eterna si cree en el Hijo de Dios, acabará creyendo que el motor de su vida y del mundo es la economía, o las guerras, o el poder o, lo que es mas triste, uno mismo. Sin embargo el que cree es verdaderamente libre, “la verdad os hará libres,” pues sabe que estamos en manos de Dios y, a pesar de los pecados, las violencias, las enfermedades o la muerte, Cristo ya ha vencido al mundo.
¿Recordaría María al pie de la Cruz el pesebre de Belén? Sin duda y resonarían esas palabras: “Todo está cumplido” en su interior. La resurrección le daría sentido a todo. Contempla hoy en Belén el Espíritu, la sangre y el agua: todo tiene sentido.