1Sam 17, 32-33. 37. 40-51; Sal 143; Mc 3, 1-6

«Tú vienes hacia mi armado de espada, lanza y jabalina; yo voy hacia ti en nombre del Señor de los ejércitos». Me gusta David porque es débil, porque sabe que es débil, y porque en su debilidad es capaz de lanzarse a aventuras que hacen temblar a un ejército entero.

Parece la definición de un insensato: si uno es débil y sabe que es débil, la prudencia humana aconseja quedarse en casa… Pero la prudencia humana nunca ha formado santos, porque la prudencia humana no tiene en cuenta el poder de Dios. Aquel pequeño pastorcillo a quien su padre y sus hermanos despreciaban conocía algo que la «prudencia de los fuertes» ha ignorado siempre: que Dios estaba con Él, y que ese Dios es más poderoso que todos los ejércitos. Por eso, cuando Yahweh le envía frente al filisteo que mantenía en un temblor a los soldados de Israel, David no duda ni un instante. Tomó todo cuanto tenía -su zurrón, su cayado, cinco piedras y una honda-, y avanzó sin miedo hacia el enemigo. A los ojos de la prudencia humana, la escena era ridícula: aquel niñato no tenía ni media bofetada… Pero la prudencia humana ignoraba que aquel «niñato» tenía una ventaja sobre el filisteo: estaba mejor apoyado. Goliat se apoyaba en sus propias fuerzas -temibles, sin duda, pero limitadas-. David, que obedecía a un mandato divino, se apoyaba en Dios… David venció, y a la prudencia humana -que tiene a la obediencia por la virtud de los débiles- la risa se le congeló en los labios.

Años más tarde, el pueblo entero de Israel se apoyaba en aquel pequeño pastorcillo, y gozó de los años de más prosperidad en toda su Historia porque aquel pequeño pastorcillo se apoyaba firmemente en Dios.
Estoy pensando en Benedicto XVI: es todo lo contrario a lo que podría esperarse de un «jefe de Estado». Lo vemos, y nos parece un anciano; el «pulso firme» que debe tener un gobernante se ríe del gesto afable y paternal de nuestro Papa como Goliat se reía de David… Nuestra generación de «políticos jóvenes» ya anda haciendo cábalas sobre su sucesión.

Otros desprecian su enseñanza, porque les suena como las palabras rancias de un viejo conservador pasado de moda. Los «prudentes» se han buscado otros apoyos: la «ciencia» de «teólogos de vanguardia», el «sentido común» del «a mí me parece…», las predicciones de los «gurús» eclesiásticos, acostumbrados a trepar por los despachos y que ya creen saber cuál será el futuro de la Iglesia… Mientras tanto, David sufre y se ríe.

Sufre Benedicto, porque le duelen las heridas del Cuerpo de Cristo… Y se ríe; se ríe de la prudencia humana, porque está apoyado en Dios. Lo diré una vez más: sólo la obediencia nos hace uno. Sólo sobre ese anciano tembloroso, firmemente anclado en la Piedra que es Cristo, podemos ser cristianos. No hay otro camino. Todos, con Pedro, a Jesús… ¡Por María!