Una de las lecciones del Evangelio de hoy es la paciencia del Señor como maestro. Empieza el texto diciendo: “se puso a enseñar otra vez”. Porque Jesús se adapta a nuestra condición y sabe que las cosas hay que repetirlas muchas veces. Va cambiando los ejemplos, esas parábolas que son un prodigio de sabiduría por su sencillez y profundidad. Sí, el Señor nos dice las cosas una y otra vez. Busca un lenguaje que todos puedan entender.

Precisamente, su forma de hablar es sintomática. Jesús no utiliza un lenguaje extravagante sino que toma imágenes de la vida cotidiana que todos pueden captar enseguida. Pero el evangelio muestra que eso no es suficiente, porque los apóstoles no acaban de entender el sentido de esas enseñanzas. Eso es muy significativo. Pero Jesús no los rechaza, sino que les dedica tiempo y les desgrana poco a poco el sentido de todo lo que acaba de decir. No es una excepción en su vida. Lo hará en otras ocasiones y podemos pensar que era un comportamiento habitual en Él. Incluso resucitado se aparece a los discípulos que iban tristes hacia Emaús y les desentraña el sentido de las Escrituras que no habían comprendido. Jesús es nuestro maestro.

Junto a Jesús maestro aparecen los discípulos como alumnos. También nosotros nos podemos ver en ellos. Lo primero que vemos es que hay que querer aprender. De hecho su actitud es ya una manera de responder a la parábola que han escuchado. Jesús ha hablado de diferentes terrenos en los que cae la semilla del Evangelio. Según el terreno será la cosecha. Los apóstoles, al pedir que se les explique lo que acaban de oír están roturando su parcela. Quieren que la semilla penetre perfectamente en su corazón para que pueda dar fruto. De ahí su interés en entender bien al maestro.

La segunda enseñanza que vemos en ellos es que preguntan en privado. Es decir, llevan a su oración, en el diálogo personal con el Señor, lo que les ha sido predicado. No quieren ser de los que oyen pero no entienden, ni de los que miran pero no ven. Una queja frecuente entre cristianos es que cuesta entender la voluntad de Dios. Me recuerda a los alumnos que dicen eso de algunas materias o profesores. Pero ellos no ponen nada de su parte: no se esfuerzan en el estudio personal, ni plantean sus dudas, ni buscan la manera de comprender mejor lo que han de estudiar. Su apatía se acaba convirtiendo en la causa de su incomprensión.

Jesús habla para ser entendido. Quiere comunicarse con los hombres y darles a conocer los secretos de su corazón. El lenguaje utilizado nos indica su gran deseo de entrar en coloquio con los hombres. Por eso utiliza figuras tan cercanas. A partir de ellas podemos hablar con Él. Es más, descubrimos que cualquier aspecto de nuestra vida, que puede parecer anodino o irrelevante, puede ser un buen inicio para nuestra oración.

Que la Virgen María, que guardaba todas las enseñanzas de Jesús en su corazón y las meditaba, nos ayude a comprender mejor la palabra de Jesús para que seamos tierra fértil en la que la Palabra de Dios dé fruto abundante.