Las parábolas de hoy referidas al Reino de Dios y su desarrollo en la historia, me producen un gran sosiego interior. Por una parte se nos habla de semillas, es decir, de algo que está en potencia de germinar. Contiene en su interior una gran posibilidad de vida aun cuando no se ha desarrollado. Sin embargo, está llamada a crecer y producir fruto. Además el fruto es muy superior a la semilla. De algo minúsculo surge una espiga o, en desproporción aún mayor, un árbol.

La potencia vital la posee la semilla misma. Y Jesús, en su enseñanza nos dice que no deja de crecer aun cuando no sepamos cómo ni tengamos conciencia de sus progresos. Mientras la semilla permanece oculta, bajo tierra, podemos esperar que pase algo, pero no vemos su lento desarrollarse. Un día, sin embargo, un tallo incipiente rompe la corteza de la tierra y saluda al mundo. Y aún entonces no ha alcanzado su pleno desarrollo.

La Iglesia nos enseña que la redención ya se ha realizado y que, como ha recordado Benedicto XVI en su última encíclica, nosotros hemos sido salvados en la esperanza. Ciertamente no vemos en toda su plenitud el triunfo de Jesucristo sobre el mal y el pecado. Sin embargo ya tenemos la certeza de que el Señor nos ha salvado y que estamos llamados a contemplarlo un día cara a cara en el cielo. Dice el Papa que es así porque mediante la fe ya se nos ha dado algo. Y lo que hemos experimentado nos da fuerza para seguir en la carrera de la vida cristiana aún en medio de grandes dificultades.

Por eso las parábola de hoy me producen una gran tranquilidad de espíritu. Dios no deja de trabajar a favor nuestro, por la instauración de su Reino, aunque en ocasiones su acción permanezca oculta a nuestros ojos. Y, me gusta también pensar que lo que Jesús anuncia para el Reino se realiza también, aunque sea en menor escala, con tantas iniciativas apostólicas y también en nuestro propio progreso espiritual. Muchas veces quizás nos parece que no sucede nada, que andamos como estancados. Lo mismo pasa con las semillas en el invierno, que no sólo permanecen bajo tierra sino que, incluso, a veces están en campos recubiertos de nieve. Pero un buen día el sol la funde y la tierra se sonríe con el florecer de los campos. La vida ya estaba allí, pero hubo que esperar al tiempo oportuno.

Por eso las parábolas de hoy nos producen consuelo y fortalecen nuestra esperanza. Podríamos tener prisa, pero hay que tener confianza. Un salmo dice que el Guardián de Israel siempre vigila. La esperanza es una virtud que nos ayuda a mantener siempre la tensión fiados de Dios, que nunca defrauda. Su gracia opera en la historia y se abre camino de la manera más inesperada. Lo vemos en muchas cosas concretas y un día lo contemplaremos en plenitud.