Esta tarde estaré a los pies de la Virgen del Pilar, en Zaragoza. Tengo muchas cosas que pedirle y, aunque con cierto temor, espero que ella también me pida algo. Cuando Dios, sirviéndose de su Madre, nos pide algo en primer lugar nos echamos a temblar (si uno es sensato), pero luego llena de paz. Hay quien piensa que Dos no tiene derecho a meterse en “su vida” (que ilusos), y otros cuando empiezan a descubrir lo que Dios les pide se ponen a buscar por otro lado como temiendo que Dios nos complique nuestros planes. Sin embargo no hay nada que dé más libertad que ponerse en manos de Dios. Aunque le pidamos humillaciones, sufrimientos y padecimientos (que hay que pedirlos en serio, no con la boca pequeña, y por el bien de la Iglesia y del mundo) Dios nos los concederá, pero junto con ellos palparemos a misericordia de Dios. “¿Qué Dios como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad? No mantendrá por siempre la ira, pues se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos” Así es nuestro Dios.
“ El padre les repartió los bienes. (…) su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. (…) el padre dijo a sus criados: «Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.» (…) su padre salió e intentaba persuadirlo (…) El padre le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.»” He querido poner seguidos los textos de esta parábola del hijo pródigo seguidos. Tal vez deberíamos empezar a llamarla “Parábola del Padre Misericordioso.” Tenemos la maníá´´de centrarlo todo en nosotros mismos, pero Jesús no está justificando a los publicanos y a los fariseos, está contándonos como es Dios, incluso con los pecadores. Creo que la parábola no trata tanto de que nos situemos como hijo pródigo o el que se queda en casa, se trata de que descubramos la bondad de nuestro Padre Dios y entonces ni queramos marcharnos de casa, si nos hemos ido estemos deseando emprender el camino de vuelta y, si estamos en casa, no nos comportemos como inquilinos, como los adolescentes inconscientes que se creen que la casa de sus padres es una pensión.
Lo que pone en marcha al hijo pródigo no son las algarrobas exclusivamente, es recordar la bondad de su padre hasta con los que estaban en su propia situación -de jornaleros-, en casa de su padre. Lo que pondrá en marcha nuestra conversión no será´´nuestro deseo de ser mejores, ni un intento de tranquilizar nuestra conciencia, será el conocer, o reconocer, la misericordia, la bondad y el cariño que Dios nos tiene. Por eso nos hace falta la oración, la confesión, la Eucaristía y la Iglesia: ahí reconocemos quién es Dios.
Nuestra Madre la Virgen nunca salió de la casa del Padre de la Misericordia. No había nada fuera que pudiese llamar su atención fuera del amor de Dios. Por eso conociendo a María conocemos a Dios. Os prometo un misterio del Rosario en Zaragoza por todos los que leéis estos pobres comentarios.