Juan Pablo II comentó esta escena del evangelio refiriéndola a la vida consagrada. Sin embargo, lo que allí dice nos puede iluminar a todos. Señalaba el Papa que, algunas personas, ante el hecho de que existan personas que se entreguen del todo al Señor en la vida contemplativa, se preguntan si eso no es una especia de “despilfarro”. Esas personas ¿no podrían dedicar sus energías a cosas más provechosas para la humanidad y la Iglesia? Esas objeciones, marcadas por un criterio de eficiencia, argumentan de forma parecida a como lo hace Judas en el evangelio de hoy. A él le parece absurdo que se derrame un perfume de tanta calidad cuando podría venderse y dar dinero a los pobres. Aunque el evangelista señala que Judas era ladrón hay personas que, sin serlo, compartirían su mismo modo de pensar.

El evangelio señala que cuando María ungió los pies de Jesús “la casa se llenó de la fragancia del perfume”. Por una parte ese perfume anuncia otro: el que derramará Jesús obre la casa de la Iglesia, que es el Espíritu Santo. El frasco que lo contiene es su humanidad, que será atravesada por los clavos en la crucifixión. Después Jesús glorificado enviará el Espíritu Santo a su Iglesia. Su humanidad estaba llena de Él. En el Jordán fue ungido por el Espíritu Santo, pero no en cuanto a su divinidad sino a su humanidad. Y Jesús lo entrega después a su Iglesia.

Para la confirmación, lo mismo que en la ordenación sacerdotal, se utiliza el crisma, que es una mezcla de aceite y perfumes. Se trata de un óleo oloroso. El cristiano es ungido para ser portador del buen olor de Cristo. Cuando la vida cristiana se vive con generosidad la fragancia de Cristo se extiende a su alrededor. En primer lugar, sentimos los efectos de esa entrega amorosa en la misma Iglesia. Continuamente las personas que se entregan del todo al Señor la embellecen con su santidad. Porque el amor a Jesucristo tiene siempre ese efecto, que se hace extensivo a otros. Así sucede en Betania: unge los pies del Señor, pero todos los que están allí perciben la fragancia.

El gesto de María nos muestra también cómo es su amor hacia el Señor. Jesús lo interpreta en línea con su próxima pasión y muerte. Ella derrama allí el perfume que, sabemos, no podrá usar en la sepultura. A nosotros nos indica cómo ha de crecer nuestro amor hacia el Señor y más en estos días en que se nos hace presente su amor extremos hacia nosotros. Jesucristo entrega su vida por nuestra salvación y, en el gesto de María, descubrimos como la manera de corresponderle es amándole del todo, no escatimando nada. Ese amor puede, después, tomar muchas formas, pero se caracteriza por estar centrado en su persona. También el servicio a los pobres parte de ese amor al Señor, al punto de dedicarle a Él nuestra vida. No hay contradicción. Bien al contrario la historia nos muestra que quienes se han entregado del todo a Jesucristo han sido los más grandes garantes de los pobres. Basta pensar en Vicente de Paul, Teresa de Calcuta o Pedro Claver, por ejemplo.