En este día, para expresar mejor el misterio que se conmemora, la Iglesia suspende la celebración de los sacramentos. Tampoco habrá sacrificio eucarístico, aunque los fieles podrán comulgar en los oficios de la Pasión. Hoy conmemoramos la muerte de Jesús en la cruz. De forma singular se nos invita al ayuno y la abstinencia, y desde siempre los cristianos han aprovechado este día para intensificar sus prácticas penitenciales. Hoy también, en todo el mundo, son muchos los que practican la devoción del “Via Crucis” para, de esa forma, acompañar a Jesús en los últimos momentos de su vida terrena.

Las lecturas de la liturgia de hoy son muy expresivas. En la primera, del profeta Isaías, se nos muestra al siervo doliente que es abandonado por todos y es torturado hasta quedar desfigurado. El carácter poético del texto (se trata de uno de los denominados “Cantos del Siervo”), debe ayudarnos a tomar conciencia de los sufrimientos de la cruz. ¿Por qué el Hijo de Dios aceptó todo esto? Sólo hay una respuesta, y es que la nostalgia de Dios por los hombres engendra la locura de la cruz. Dice la carta a los Hebreos: Y llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

Para entender la entrega de Jesús en la Cruz hay que considerar dos cosas. Primero, que muere por nuestros pecados para restablecer la justicia. Pero esta entrega no responde a la imposición de un “Dios sádico” que disfruta con la sangre de quienes le han ofendido, sino que es el mismo Padre quien entrega a su Hijo. Cuando Jesús grita en su agonía Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, en la soledad del Hijo vemos un reflejo de la del Padre. Misterio grande de amor en que el que es Uno por esencia, verdadera comunión de amor, parece romperse por culpa del pecado de los hombres.

Isaías nos formula una pregunta, en medio de la descripción de los sufrimientos. Dice: ¿Quién meditó en su destino? Esa interrogación, que surge en medio de un relato de crueldades que no puede dejar de estremecernos, es como una invitación a detenerse por largo tiempo a contemplar a Jesús en su pasión y muerte. Se cuenta de san Francisco de Asís que un día un caballero lo encontró gimiendo y llorando, y le preguntó qué le pasaba. A lo que respondió el Poverello: “Lloro los dolores e ignominias de mi Señor, y lo que más me hace llorar es que los hombres no se acuerdan de quien tanto padeció por ellos”. La misma idea aparece en las revelaciones del Sagrado Corazón a santa Margarita, cuando se queja de que Él, que ha amado a los hombres y ha padecido por ellos, no recibe a cambio más que indiferencia y desprecio. Estos ejemplos deben llevarnos a una consideración, y es que Jesús, por nosotros y por ninguna otra razón, se quedó solo en su angustia. En consecuencia, lo mínimo que podemos hacer es acompañarlo con nuestra oración. De la contemplación de la Cruz nacen verdaderos sentimientos de amor hacia nuestro Señor y deseos auténticos de santidad. Comenta san Alfonso María de Ligorio: “Quien no se enamora de Dios contemplando a Jesús crucificado, nunca se enamorará de Él”.