Cada día se abusa mas del “lo de…” En una sociedad con tal cantidad de información (veraz o no) que dar cada día se acaba hablando de cosas que realmente no nos importan o desconocemos. Pero como tampoco nos gusta hablar de lo verdaderamente importante o no queremos dar a conocer nuestras opiniones, acabamos hablando en el desayuno de “lo de…”: ¿Oye has leído lo de Fernando Alonso? ¿Viste en la televisión lo de las olimpiadas? ¿Escuchaste en la radio lo del atasco?. Ese “lo de” suele abarcar aquello de lo que sólo hemos leído el titular o escuchado una ráfaga informativa, pero supone que todos tenemos un conocimiento completo de ese “lo de.” Esta técnica de conversación no puede usarse con alguien que sepa del tema. No puedes comenzar una conversación con el presidente del Gobierno diciéndole: “Oye, ¿has oído lo de Zapatero?” pues quedarías bastante mal (aunque en este caso seguramente el presidente no lo haya oído).
“Él les dijo: – «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?» Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: – «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?» Él les preguntó: – «¿Qué?» Ellos le contestaron: – «Lo de Jesús el Nazareno…” Tal vez sea una de las expresiones más tristes de todo el nuevo testamento. El grito de ¡crucifícalo! que escuchábamos el viernes santo nacían del odio y del engaño. No podemos esperar que los enemigos hablen bien de nosotros (y si lo hacen habrá que echarse a temblar). Pero la expresión “Lo de Jesús el nazareno” nace del distanciamiento, del querer marcar las distancias con aquel al que había seguido y ahora cree fracasado. Nace de la indiferencia y suena como las negaciones de Pedro. Cleofás y su compañero dejan de ser discípulos para intentar convertirse en meros reporteros, llenos de la objetividad del que no quiere tener nada que ver con su pasado. ¡Cuantos que se llaman cristianos toman la misma posición! Comentan “lo de la Iglesia,” “lo de Jesús,” “lo de los cristianos,” como si renegaran de su bautismo y poco o nada tuvieran ellos que ver con aquellas cosas.
Este Evangelio sería tristísimo si acabase así. Pero Jesús sabe hablar claro a los corazones “torpes y necios” para creer. Sabe despertar las almas dormidas y calentar las conciencias gélidas. Y después de hablarles al corazón y de bendecir y partir con ellos el pan, se vuelven a sentir embarcados en la misión de Jesucristo, dejan de mirarlo desde fuera e implican su vida, su tiempo y sus fuerzas en volver corriendo a Jerusalén para contárselo a los apóstoles. Ojalá en la próxima Misa a la que asistamos (tal vez la de hoy), no nos sintamos como meros espectadores, mirando con “objetividad” lo que hace el sacerdote, como si no fuera con nosotros que simplemente esperamos que acabe para volver a nuestro Emaús, sino que realmente escuchemos la Palabra de Dios, nos alimentemos de su Cuerpo y su Sangre sentados a su mesa y salgamos a decirles a nuestros conocidos (y desconocidos): «No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar.» Pues tenemos en nuestro interior al mismo Cristo y la Gracia del Espíritu Santo para no sentirnos distanciados de aquel que tanto nos ama.
La Virgen nos sigue dando lo que tiene, a su Hijo, al Hijo de Dios. Que ella nos ayude en esta Pascua a nunca, nunca, alejarnos de Él.