Muchas veces hablo con personas que no practican su fe. No es que no la tengan, en la mayoría de los casos simplemente son perezosos y tienen que buscar cómo justificar su pereza. En muchos casos, demasiados tal vez, acaban diciendo aquello de “lo importante es ser buenas personas.” Les parece un argumento irrefutable -no les va a decir el cura que hay que ser malas personas-, luego lo de rezar, ir a Misa, confesarse y demás son “ritos” supletorios (y encima están los que “se dan muchos golpes de pecho y luego son más malos que un dolor”). ¡Pues no, señores!. No estamos puestos en este mundo para ser buenecitos simplemente (y en muchos casos envidiando el “valor” de los que se atreven a ser malos), estamos llamados a conocer a Cristo, a seguir a Cristo, a enamorarnos de Cristo y a darlo a conocer a todos los hombres. No predicamos una moral de las personas políticamente correctas, sino que anunciamos a Jesucristo que “ es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.”
Para encontrar el equilibrio interior seguiría a Buda, para casarme con varias mujeres a Joseph Smith y para tranquilizar mi conciencia ecológica me convertiría en animista, pero lo que quiero es salvarme para la eternidad, y para ello sólo puedo seguir a Cristo. Siguiendo a Cristo seré buena persona, pero no se salvan las buenas personas sino las que se abrazan a Cristo. Entonces, tal vez, tenemos que dejar de ser buenas personas según el modelo del mundo y convertirnos en un transgresor. Cuando el mundo espero que nos resignemos ante una dificultad, los cristianos la amamos; cuando desean que digamos “ya basta” nosotros seguimos un poco más, cuando te dan en una mejilla pones la otra, al que te pide que le acompañes una milla, lo haces dos. El mundo se contenta con las buenas personas y admira a los héroes, pero nosotros nos fijamos en los santos, que van un paso por delante de los héroes.
“Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: – «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Ellos contestaron: – «No.» Él les dice: – «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: – «Es el Señor.»” Las buenas personas procuran no molestar. Los santos procuran anunciar a Jesucristo con su palabra y con su vida. Estos días hemos comentado el desconocimiento que hay de Jesús. No reconocer a Jesús como “el Señor” lleva a convertirlo en una especie de hobby personal, para mi uso y disfrute. Pero reconocer que solo Jesús salva nos lleva a ser apostólicos, a darlo a conocer pues queremos a nuestra familia, a nuestros amigos, a los desconocidos e incluso a los que nos consideran enemigos, pues ellos también pueden salvarse. Cuando los cristianos dejamos de anunciar el nombre del Señor significa que nos estamos convirtiendo, tristemente, en buenas personas y estamos olvidando la santidad.
¿Os imagináis que sólo dijéramos de nuestra Madre la Virgen que era buena persona? ¡Qué lástima! Pidámosle a ella que nos enseñe a confesar con nuestra vida el nombre del Señor, pues sólo Él salva.