Hoy será enterrada la madre de un sacerdote y amigo. Era ya mayor, muy mayor, pero el tiempo no hace disminuir la maternidad, incluso pienso -viendo a mi madre-, que la incrementa. Vicenta era una mujer de profunda fe, con la reciedumbre de las mujeres de Castilla y una fe que, de la mano de María, vivía con intensidad. Orgullosa de sus hijos y de que Dios hubiera escogido uno para el sacerdocio, ahora pedía a ver si seguía esos mismos pasos alguno de sus nietos. Yo no la conocía demasiado, pero sé del cariño que tiene su hijo por ella y con qué paciencia nos soportaba cuando alguna vez aparecíamos por su casa. Todas las madres son especiales para sus hijos, pero creo que especialmente las madres de los sacerdotes lo son para nosotros- Ellas, en cierta manera, afianzan nuestra fe y nos demuestran con su vida que no hemos equivocado el camino. Respetan profundamente nuestras decisiones y formas de ser, pero a la vez sabemos que contamos siempre con su oración y con un plato caliente en su mesa, que también se agradece.
“Habían remado unos cinco o seis kilómetros, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el lago” Jesús siempre se acerca. Puede parecer improbable que se acerque caminando sobre las aguas, aunque antes haya multiplicado los panes, era algo inaudito. Pero Jesús se acerca. A veces me preguntan dónde está Dios, dónde se le puede encontrar. Y Dios está más cerca de lo que podemos imaginar. Está en tu madre (aunque no seas sacerdote), en un buen amigo, en esa situación inesperada o en aquella que se repite día tras día. Nosotros buscamos a Dios y Dios nos ha encontrado hace tiempo. Piensa en San Agustín, buscó la verdad detrás de una filosofía o de otra, en unos libros o en otros y, cuando muere su madre, se da cuenta que “Mónica, con sus lágrimas, le engendró para Cristo.” Estaba tan cerca y buscaba tan lejos. Las madres (tristemente hay algunas que, aunque hayan parido, no me atrevo a calificarlas de madres), suelen ser nuestra primera huella de Dios (también los padres, pero se hacen más de rogar). Buscamos a Dios en lo extraordinario y Dios nos está esperando a la vuelta de la esquina.
¿Dónde buscaron los apóstoles a los primeros diáconos? ¿Entre los de lejos? No, entre los suyos. También hoy Dios busca entre los suyos. No pienses que tienes que tener una conversión como la de San Agustín ni una herida como la de San Ignacio, ni retirarte al desierto como Foucauld, esos los habrá, pero Dios sigue buscando entre los suyos, entre los del día a día, pero que tan cerca tenemos a Jesús.
Dejemos de buscar hechos extraordinarios y preguntémonos ¿Es que Dios no se ha sobrepasado ya en el amor con nosotros? Con una madre, con una sonrisa, con la vida que llamamos “corriente” y es tan maravillosa, con ese sacerdote del que hemos olvidado el nombre , con esa familia que te da tantas alegrías y algún pequeño disgusto,… ¿no reconoces allí a Dios? Tal vez nos dé miedo que Jesús esté tan cerca nuestra, pero oiremos su voz: «Soy yo, no temáis.» Y entonces le seguiremos.
A la Virgen no le hizo falta verle andar sobre las aguas, eso no le llamaría la atención, pero cuando los demás veían a un hombre, tal vez a un buen predicador, ella veía al Hijo de Dios. Tan cerca y a veces queremos alejarnos para acercarnos.