Hechos de los apóstoles 13, 26-33; Sal 2,6-7.8-9. 10-11; Juan 14, 1-6

“A vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación”. Estas palabras de San Pablo están dirigidas también a la humanidad de nuestro tiempo. Una humanidad que permanece sorda ante los requerimientos de Dios, pero que necesita ese mínimo de predisposición, por tu parte y la mía, para que su misericordia verdaderamente entre en nuestras vidas.

Como en la época de Jesús, y de aquella primitiva Iglesia naciente, son muchos los que rechazan la sabiduría de la sencillez y la humildad. “Nosotros os anunciamos la Buena Noticia de que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a los hijos resucitando a Jesús”. Sólo el que vive la “infancia” de saberse querido puede desentrañar el misterio de Dios en el corazón del hombre. Sin embargo, son innumerables los remedos y engaños que aparentan un poder y un conocimiento que se apartan del anonadamiento de Dios. Sólo con el ejemplo de nuestra vida podemos romper tantas ataduras que manipulan la conciencia del ser humano, y liberarnos definitivamente de la opresión y la mentira.

Jesús vuelve a reiterar su invitación: “Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí”. Esa confianza que se nos pide sólo es posible cuando un corazón está enamorado. Sabe que puede abandonarse plenamente en los brazos de aquel que le manifiesta amor a espuertas, y sin condicionamiento alguno. No sólo hay que hacer un propósito genérico o abstracto, sino que hay que ir concretando, con nuestra vida del día a día, cada uno de esos detalles que perfilan un amor que contempla admirado, llaga tras llaga, las heridas de ese Cristo resucitado, que ansía con cada uno de nosotros un encuentro definitivo. Una mirada, una palabra, un pensamiento, un saber escuchar, una renuncia concreta… pinceladas que van redescubriendo la obra genial que Dios ha depositado en nuestra alma, y que ha de brillar para darle sólo gloria a Él.

“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. Palabras fuertes para un mundo al que supuestamente se le garantizan todo tipo de libertades. Sabemos que sólo Cristo, verdadero Dios, pero, verdadero hombre también, es capaz de ser fiel a sus palabras. Camino que nos lleva al Padre, verdad que confirma nuestra seguridad en Él, vida que da sentido a toda nuestra existencia. Una vez más, vayamos de la mano de María para que nos lleve a besar esa corona de llagas que glorifican a su Hijo. Son la única razón para confiar en un Amor que jamás se desgasta.