Durante el tiempo pascual leemos, en la misa, el libro de los Hechos de los Apóstoles, que recoge los inicios de esa aventura maravillosa que perdura hasta hoy: la Iglesia. Vemos los prodigios que Dios obraba a través de sus apóstoles y en las primeras comunidades cristianas. La historia de aquellos primeros tiempos sigue alumbrando los nuestros y de ella extraemos enseñanzas y consuelo.

Hoy nos narra, la primera lectura, algunos aspectos de la actividad misionera de Pablo. No lo tuvo nada fácil. Nos dice, de entrada, que algunos judíos lo apedrearon hasta darlo por muerto. Sabemos que esta fue una de las muchas persecuciones que pasó. El mismo recordará, para defenderse de quienes criticaban su apostolado, todo lo que había padecido por Jesucristo: azotes, persecuciones, naufragios, cadenas…

Pero de la narración me llama la atención que, por cuatro veces, aparecen “los discípulos”. Dice, en primer lugar, cuando estaba tendido, casi muerto: “Entonces lo rodearon los discípulos; el se levantó y volvió a la ciudad”. Aunque desconocemos los detalles, vemos que se puso en pie al estar rodeado de los discípulos, es decir, de los que compartían con él la fe y el amor por el Señor. Aparentemente estaba perdido, pero el reencuentro con la Iglesia le da nuevas fuerzas, al punto de que puede regresar a la ciudad de la que había sido expulsado.

La segunda vez, nos habla de los discípulos que se unen a la Iglesia por la predicación de Pablo y Bernabé. La tercera, cuando vuelven a Listra, Iconio y Antioquía, y animan a los discípulos que ya había en ellas para que perseveren en la fe. Y en su enseñanza no omiten que es preciso pasar por muchas pruebas para entrar en el Reino.

Finalmente encontramos a los discípulos cuando Pablo regresa a Antioquía. Desde allí había partido para evangelizar y allí vuelve. Nos dice el libro de los Hechos que “se quedaron allí bastante tiempo con los discípulos”. Parten de la comunidad y vuelven a ella. San Pablo, que tanto nos ha enseñando sobre el misterio de la Iglesia, la vive en todos sus aspectos. Es confortado por la comunidad, y también la ayuda a crecer con su labor misionera. Y, cuando ha realizado su misión regresa con los suyos para que juntos puedan alegrarse y dar gracias a Dios por los progresos del evangelio. El hecho de que se quedara bastante tiempo allí nos indica también que experimentaba el bien que le hacía estar con otros cristianos celebrando la fe e intercambiando, como él diría, dones espirituales.

San Pablo fue intrépido, pero no alguien que se creyera que podía trabajar al margen de la Iglesia. Para nosotros su vida es una enseñanza. Nos recuerda el arrojo que hemos de sentir para anunciar el Evangelio, pero también como hemos de cuidarlo mediante una adhesión concreta a la Iglesia. N estamos solos, sino vinculados, por Jesucristo, a otros hermanos, con los que vivimos la fe.