La fiesta de san José nos ayuda a reflexionar sobre el alcance de la redención. Los Padres de la Iglesia señalaban que sólo ha sido redimido lo que ha sido asumido. Se referían con ello a que, por la Encarnación, el Hijo de Dios asumió totalmente la condición humana. “Igual en todo a nosotros excepto en el pecado”, se señala en la carta a los Hebreos. Por tanto todo lo humano está llamado a ser santificado. En el Concilio Vaticano II se recuerda que el Verbo nos amó con corazón de carne y trabajó con manos de hombre.

La Iglesia puso bajo el patronazgo de san José el trabajo humano. La fiesta del primero de mayo era anterior y tenía un fuerte carácter reivindicativo. La Iglesia al fijar la celebración de san José Obrero colocaba a todos los trabajadores bajo su amparo y lo proponía como modelo. Las condiciones laborales son distintas según los países y los tiempos. Sin embargo siempre el trabajo ha de realizarse en condiciones que dignifiquen a la persona. Por eso Juan Pablo II hablaba de la primacía del trabajo sobre el capital.

Recientemente, en la encíclica Spe Salvi, reflexionando sobre el progreso de las ciencias y la técnica en la era de la Ilustración, Benedicto XVI se fijaba en la pretensión de algunos de devolver al hombre a las condiciones anteriores al pecado original con el solo esfuerzo humano. Esa es una tentación que siempre está ahí y más cuando los medios técnicos no dejan de sorprendernos.

Cuando ha pasado mucho tiempo desde la Revolución Industrial podemos constatar que el “progreso” no ha supuesto siempre una mejora para el hombre a nivel moral. Las injusticias subsisten y no dejan de aparecer males derivados de un “progreso” desordenado que no atiende a todas las dimensiones del hombre. Y, también en el campo laboral, descubrimos males, desde el paro que afecta a tantas personas hasta condiciones deficientes en algunos lugares, contratos insuficientes o situaciones de explotación como puede ser el trabajo infantil en algunas zonas de la tierra. Muchos males se han subsanado, pero otros siguen existiendo.

Sin embargo, hay algo que siempre es posible. Leemos en el Evangelio de hoy que Jesús no pudo hacer muchos milagros en Nazaret porque les faltaba fe. Esto me hace pensar en todas las cosas grandes que sucederían en nuestra vida si afrontáramos nuestras obligaciones diarias desde la fe. La salvación que Jesucristo nos ha traído se extiende a todo lo que nos rodea. Abarca de manera completa nuestra vida. Eso también pasa con el trabajo. Generalmente éste reviste un carácter pesado y requiere un esfuerzo que nos agota. Pero, aún así, es una oportunidad para que sucedan cosas. El Evangelio nos presenta a Jesús como “el hijo del carpintero”. Sin duda Jesús ayudó a su padre en el taller y todo ese tiempo no fue inútil en orden a nuestra salvación.

Que san José nos ayude a vivir nuestro trabajo con una mirada sobrenatural para que todos los minutos de nuestra vida estén impregnados del amor de Dios.