La evangelización no es fácil y requiere tiempo. Nuestra sociedad vive acelerada y nos cuesta soportar la espera. No ya solo las colas sino la misma demora en una respuesta que esperamos o, simplemente que el coche que está delante nuestro en el semáforo tarde más de un segundo en arrancar cuando aparece el verde. Tenemos poca paciencia.

Como consecuencia de ese modo de vivir también nos falta perseverancia. Es por ello que cualquier pequeña dificultad nos desanima y siempre estamos prontos para el abandono si todo no fluye suavemente. Algo parecido le debió suceder a san Pablo en Corinto. Pero el Señor le dijo en una visión: “No temas, sigue hablando y no te calles que yo estoy contigo y nadie se atreverá a hacerte daño”. Eso fue suficiente para el Apóstol que permaneció en la ciudad un año y medio explicando la Palabra de Dios.

De ese episodio podemos extraer dos conclusiones que nos ayudarán. Por una parte a contrastar siempre las dificultades con Dios. Mirar la realidad sólo desde la resistencia que nos ofrece es un reduccionismo unilateral. Porque todo lo que existe y lo que sucede remite a Dios, que gobierna sapientísimamente y con amor el universo entero y la historia. Lo sensato es lo que nos describe el libro de los Hechos: confrontar nuestra visión de la realidad, sin desdibujarla ni falsearla en nada, con Dios, que la conoce más profundamente. Porque el Señor le muestra a san Pablo algo que él no ha sido capaz de ver. Le dice: “muchos de esta ciudad son pueblo mío”.

Dios le muestra algo que le había pasado desapercibido al Apóstol. Esos muchos que son del pueblo del Señor por un lado van a protegerlo pero por otro han de ser instruidos. Es así que puede quedarse entre ellos por largo tiempo, porque después las cosas volvieron a torcerse. Pero ese tiempo fue muy fecundo para la Iglesia y, singularmente, para aquella comunidad.

De ese episodio paulino extraemos otra enseñanza. La formación de los cristianos requiere largo tiempo. El Señor dedicó tres años ininterrumpidos en la instrucción de sus Apóstoles, y Pablo la mitad de ese tiempo en Corinto. Mi experiencia pone ante mis ojos dos realidades. Por una parte la impaciencia en ver resultados en las catequesis que he impartido, como si las cosas hubieran de suceder según el ritmo que yo he previsto y mi calendario. La otra cosa que he experimentado es cómo, de vez en cuando y pasado mucho tiempo, aparecen resultados que ya pensabas imposibles.

La medida siempre estará en contrastar lo que vivimos con Dios. Nuestros juicios no son suficientes. El Señor nos ofrece continuamente la posibilidad de acudir ante Él para comprender mejor en que situación estamos y poder vivir cada día lo que dice el evangelio: “también vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría”.