El evangelio de hoy tiene la característica de que, de golpe, nos coloca ante nuestra verdad. El escritor C.S. Lewis utiliza una comparación. Dice que la mejor manera de saber si en una buhardilla hay ratas es entrando de golpe. Entonces no tienen tiempo de esconderse. La sorpresa de la aparición no es la causa de que haya ratas, sino que nos permite descubrirlas. La escena del evangelio de hoy tiene esa fuerza. La tuvo para los contemporáneos de Cristo y también para nosotros.

La viuda echó dos monedas de las más pequeñas y nuestra tentación es juzgar por el exterior. Pero, como dice san León Magno: “En la balanza de la justicia divina no se pesa la cantidad de los dones, sino el peso de los corazones”. De ahí que Jesús diga: «Os aseguro que esta pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie». Cuántos sonreirían al oírlo pensando que sus palabras eran muy bonitas pero que, a fin de cuentas, se necesitaba dinero para sostener el templo y por suerte los ricos depositaban objetos valiosos aunque fuera con ostentación. No minimicemos el evangelio. Jesús no dice que la ofrenda de los demás esté mal, pero indica que la que más dio fue la viuda y nos invita a hacer como ella. Dar de lo necesario, y no conformarse con desprenderse de lo superfluo, significa empezar a entregar la propia vida. La viuda, a imitación de Jesús, no sólo entregó una cantidad sino que se dio a sí misma, porque necesitaba aquel dinero para vivir. Como dice santa Teresa: “El amor da valor a todas las cosas”.

Al comentar este fragmento, el teólogo Hans U. von Balthasar dice que la viuda está muy cerca de Dios y hace una comparación muy bonita. El Verbo, por su encarnación, se abajó haciéndose pequeño. En medio de la multitud de los hombres y de la grandeza del universo es “casi nada”. Sin embargo, en ese “casi nada” Dios nos entregó más que con todos los bienes del Universo, porque entregando a su Hijo nos dio su vida. Así lo indica el inicio del evangelio de Juan: En él estaba la vida. La viuda se sitúa en plena consonancia con la actuación de Dios, que se entrega a sí mismo.

Este evangelio muestra también cómo ninguna acción nuestra, en todo su sentido de gesto exterior y actitud interior, pasa desapercibida ante Dios. Dice el evangelio que estando Jesús sentado enfrente del cepillo del templo, observaba. Como decía un predicador: “En una noche oscura, sobre una piedra totalmente negra, Dios ve cómo se mueve una hormiga negra”. Es de necios actuar de cara a los hombres pensando que nuestras acciones valen por lo que dirán los demás. Dios conoce nuestros corazones y sabe de las ratas que hay dentro. Escenas como las que hoy nos recuerda la liturgia son llamadas de atención para que purifiquemos nuestro corazón y cambiemos nuestra manera de actuar. ¡Cuántas obras que en sí mismas serían buenas y meritorias no se habrán echado a perder por culpa de la vanagloria! En cambio, ¡cuántos pequeños gestos que quedan en lo escondido no llenarán las vitrinas de los trofeos de Jesucristo en el cielo!