Ya lo había visto en las noticias, pero nuestro amigo Fernando me lo ha recordado. Las impresionantes declaraciones de Ingrid Betancourt tras su liberación. Con qué naturalidad habla de Dios y de su oración del Rosario. Algunos vídeos en Internet han cortado el “Gracias a Dios” que decía en primer lugar, dejando un simple “A Dios,” y me imagino que no tardarán en mostrarlo más sesgado, pero de momento puede verse entero. Me ha recordado la experiencia de otro secuestrado, Bosco, en el que relata cómo fue su relación con Dios durante el cautiverio y otras declaraciones del Español Ortega Lara. Nunca me han secuestrado y espero que nunca lo hagan, pero impresiona conocer la experiencia de otros. El secuestrado pierde todo: su libertad, sus movimientos, sus decisiones, sus bienes, su vida. Está completamente en manos de otros y siempre bajo la esclavitud del miedo al dolor o la muerte. Son realmente pobres, sólo les queda lo que nadie puede secuestrar: su vida interior, su relación con Dios que no necesita de permisos de nadie para entablarse.
“Mirad que llegan días -oráculo del Señor en que enviaré hambre a la tierra: no hambre de pan ni sed de agua, sino de escuchar la palabra del Señor. Irán vacilantes de oriente a occidente, de norte a sur; vagarán buscando la palabra del Señor, y no la encontrarán.” Se dice en mucho sitios que la Iglesia perdió a los pobres y los obreros en el siglo XIX y XX, cuando el marxismo hizo aparición, que ahora perdía a la juventud y, al final, acabará desapareciendo. Me parece una solemne estupidez. Sin minimizar los errores de los eclesiásticos y de muchos cristianos -que han sido muchos y graves-, me parece que la Iglesia no ha perdido a los pobres, sino que son los “pobres” los que han perdido a la Iglesia. Se ha ridiculizado tanto a los creyentes que se ha perdido el hambre de Dios, que es la única riqueza de la Iglesia. Yo ya he estado en cinco parroquias en la Diócesis de Madrid, tal vez sea mala suerte pero en ninguna me ha sobrado un euro, es más, me las he visto y deseado para conseguir fondos para otros. Ahora no tengo más que una solución habitacional para Dios, 20 metros cuadrados sin agua, sin luz y sin ninguna comodidad. Cuando la Iglesia da cosas no las da como el antiguo señor que arrojaba joyas sobre sus súbditos para mostrar su grandeza. Cuando la Iglesia da lo que tiene y lo que no tiene es porque cree que es una realidad que son ciertas las palabras del Señor: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios»: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.» Cada persona vale la pena pues es amada de Dios y merece una vida digna. Y también es cierto que cuando uno se da cuenta de su dignidad lucha por salir de la pobreza, no se conforma con dos kilos de arroz y tres litros de leche. Otras confesiones y religiones lo han hecho muy bien (seguramente sin darse cuenta), les dicen a sus fieles: “Id a la Iglesia Católica a pedir y aquí venir a escuchar hablar de Dios.” Ojalá alguno que pasa necesidad no venga a pedirme cosas, sino la Palabra de Dios que de sentido a la pobreza y le ayude a levantarse por la mañana, a tener esperanza, a lanzarse al mundo para superarse. Pero no, vienen a pedirte una Coca-Cola (me pasó ayer).
“Los pobres siempre estarán entre vosotros.” Tal vez no sean los más católicos los pobres materiales, ahora se acercan a la Iglesia los enfermos, los desorientados, los deprimidos, los locos, los que han perdido la alegría o la libertad. Y son los pobres los que -si me permitís hablar así-, salen perdiendo. Se quedan con el lazo, ni siquiera llegan al envoltorio, de lo que la Iglesia les puede ofrecer. Y no es sólo culpa suya ¿Convendría a nuestro mundo burgués y acomodado que cada persona, del norte o del sur, blanca, negra o amarilla, hombre o mujer, se diera cuenta que tiene la dignidad de los hijos de Dios? Por eso se luchan las batallas de la llamada “igualdad” por razones tan banales como el sexo y no se profundiza más.
Esto podría ser muy largo. Me quedo con Ingrid Betancourt a las 4 de la mañana dirigiéndose a nuestra Madre la Virgen para que le recordase que tenía futuro, dignidad y libertad, aunque no pudiera moverse. Y ahora un grito a la antigua manera comunista: ¡Pobres del mundo, recuperad a Dios, recuperad vuestra dignidad, recuperad la Iglesia en vuestra vida!