En el Evangelio de hoy no encontramos con una petición que es una excusa. Le piden a Jesús un signo que pruebe su divinidad y Él responde diciendo que lo que necesitan es atender a lo que sucede a su lado porque ya tienen pruebas suficientes, Para ello da dos ejemplos: el de Jonás y el de la reina de Saba, que emprendió un largo viaje para conocer a Salomón.

En el caso de la Reina de Saba, lo que hizo fue ponerse en camino por las noticias que le llegaban. LO que le contaban era muy grande y los testimonios creíbles. Por eso dejó su país y fue a Jerusalén para conocer al famoso Rey. Algo semejante hace mucha gente estos días en que ha de elegir dónde ir de vacaciones. Visitarán lugares que no conocen y lo harán porque alguien les ha hablado de ellos y les dice que vale la pena. Es igual que sea un amigo o una agencia de viajes, lo que importa e que hacen caso de lo que les dicen y emprenden un viaje con la esperanza de disfrutar del paisaje o descansar.

Jesús, con su predicación, con los milagros que realizaba y con el cambio que se producía entre los que le seguían era signo suficiente para sus contemporáneos. También lo es ahora la Iglesia. Pero ese signo no lo es sólo para los que están alejados y aún n profesan la fe en Jesucristo, sino que también lo es para cada uno de nosotros. En el avanzar de la vida cristiana, cuando nos preguntamos por dónde hemos de seguir o nos interrogamos sobre nuestra vida espiritual, no podemos dejar de atender a lo que sucede a nuestro alrededor.

Veremos que hay personas más contentas, o que son capaces de vivir más intensamente la liturgia; veremos a otros que afrontan con mayor paciencia las dificultades laborales o de su familia; seguro que encontramos personas entregadas para las que parece no ser ninguna carga el entregarse al servicio a los demás… Mirando a esas personas, y preguntándoles por el misterio que encierra su vida daremos con Jonás.

Jonás pasó tres días en el vientre de una ballena. En eso es signo del misterio pascual de Jesucristo. Antes de ser engullido por el cetáceo era un hombre insatisfecho que huía de sus obligaciones y que, a su paso, iba sembrando el mal. Dios permitió que se hundiera para después devolverlo sano a la playa y que fuera capaz de cumplir con lo que le había encomendado.

Los santos, todos, han participado del misterio pascual de Jesucristo (de su muerte y resurrección) y ahí está la razón de esa vida transformada. Ellos se convierten en signos y cuando alguien les pide una señal han de responder como lo hace Jesús en el evangelio de hoy. No pueden realizar signos prodigiosos sino señalar a Jesús que sigue actuando a través de la Iglesia. Remiten a los sacramentos y señalan que el inicio de todo cambio, la transformación que desean se encuentra en el Señor. Hay que unirse a su persona, porque Él es el signo y la presencia.