Ezequiel 36, 23-28; Sal 50, 12-13. 14-15. 18-19; Mateo 22, 1-14

“Y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo”. Conocida es la expresión “bien te hará llorar el que te quiere”. Pero Dios no quiere nuestro sufrimiento, ansía, desde su corazón de Padre, nuestra conversión. Y esa transformación personal sólo es posible con el ejercicio de nuestra libertad… y ahí, te lo aseguro, Dios es “escandalosamente” escrupuloso por respetar esa libertad personal.

¿Cuántas veces hemos pensado que Dios podía hacer las cosas de otra manera?… evitar el mal, que el dolor desapareciera, que las guerras dejaran de existir… Sin embargo, y esto nos incumbe a ti y a mí (y lo digo con palabras de San Agustín): “Te quejas de lo mal que va el mundo, cambia tú y cambiará el mundo”. Hay mucho más de lo que nosotros queramos en la transformación de nuestros ambientes, que no unos “huecos” deseos que acaban en nada. Pero, para ello, hemos de vencernos verdaderamente. Como diría el Señor “El Reino de los Cielos es para los que se hacen violencia”. Y te concreto: Vencerse en el amor propio, vivir la generosidad con los demás, pensar en el sufrimiento de otros y poner medios, sonreír a aquel que me contraría… En definitiva, como decía San Juan de la Cruz, “para vivir hay que morir, para subir hay que bajar…”. Y eso exige, te lo aseguro, mucha humildad, mucha perseverancia… y saber esperar.

“Arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos”. Para que Dios sea verdaderamente nuestro médico, hemos de acudir a su “consulta”. Es necesaria una verdadera aptitud de disponibilidad para que dejar a Dios que actúe en mi alma, y, en ocasiones, eso nos molesta, porque hemos de dejar atrás tanto egoísmo personal y tanta comodidad acumulada durante mucho tiempo. Lo que pueda hacernos un cirujano ante una dolencia o enfermedad, desde luego, no es agradable, pero es necesario para quedar sanos. La salud que nos propone Dios es vivir enteramente en sus manos, sabiendo que su Providencia es capaz de cubrir cualquier mal que pueda sufrir. Dios no es un tirano, es Padre que ama… incluso hasta el punto de morir por mi en la Cruz. Y eso no lo podemos olvidar nunca.

“El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo”. De esta manera nos quiere Dios, pero hemos de poner los medios adecuados para acudir a ese banquete de la mejor de las maneras. Nuestra oración persona, acudir al sacramento de la reconciliación, participar en la Eucaristía con la pasión de un verdadero enamorado, buscar hacer el bien a los que me rodean… Todo eso es ir “vestido” con el traje que nos conviene para disfrutar de todo el bien que Dios me tiene preparado. Acude a la Virgen, ella dispuso su alma para ser la llena de gracia, y de su mano iremos a ese banquete en donde encontraremos el rostro de nuestro Padre Dios y le diremos confiados: “Hágase en mi según tu Palabra”.