En la primera lectura escuchamos el inicio de una carta de san Pablo. Es suficiente para darse cuenta de que, en los textos del Apóstol, todo rezuma amor a Dios. San Pablo escribe siempre desde Dios. Por eso inicia sus epístolas deseando la gracia y la paz de Dios. El Apóstol entiende la absoluta primacía de Dios en nuestra vida. Sin la ayuda divina no podemos nada. Y la paz es la consumación de la acción de Dios en nosotros. Lo que el Espíritu Santo construye en el corazón del hombre es la paz. Por eso, para san Pablo todo parte y se consuma en Dios.

San Pablo en seguida da gracias a Dios. Es también algo frecuente en sus cartas. No sólo habla de Dios sino que es capaz de reconocer la acción de Dios en los demás. Aquí tenemos una enseñanza muy interesante y oportuna, porque a veces nos convertimos en especialistas teóricos de las cosas divinas pero absolutamente incapaces de descubrir las maravillas que Dios obra en las personas. San Pablo reconoce la acción de Dios en la Iglesia de Tesalónica y da gracias.

En su acción de gracias subraya dos aspectos: la fe y el amor. De alguna manera san Pablo viene a decir en la carta que se mantienen en la fe porque su amor es verdadero. Por eso son capaces de resistir en medio de la tribulación. En la descripción que hace de cómo se aman: “de cada uno por todos y de todos por cada uno”, se nota que el Apóstol apunta a un amor en Jesucristo.

Para nosotros es una invitación a querer a todos aquellos que forman parte de la comunidad concreta en que vivimos nuestra fe. Sin caer en ningún sentimentalismo, que no deja de ser algo pernicioso, podemos reflexionar sobre el interés concreto que tienen para nosotros los católicos con los que, habitualmente, celebramos nuestra fe. Porque, de hecho, muchas veces nuestra perseverancia se sostiene en el testimonio y la cercanía de otros fieles.

En el fragmento final que leemos hoy san Pablo eleva un deseo. Pide que el Señor mantenga y complete la obra buena que ha iniciado en los de Tesalónica. Para el Apóstol de las Gentes todo empieza y se mantiene por la acción de Dios. Se inicia, y por eso habla de “vocación” (ya que los de Tesalónica han sido elegidos) y se mantiene y por eso dice “con su fuerza os permita cumplir”. Y todo ese movimiento, en el que somos conducidos por el amor de Dios tiene un centro que es Jesucristo. El Apóstol señala como, para el cristiano, su mayor gloria es saberse amado y redimido por Jesucristo. Al mismo tiempo, incorporados a Él por la gracia somos capaces de obras santas mediante las cuales testimoniamos ante el mundo el poder salvador del Señor. De esa manera somos también gloria de Jesucristo.