Una vez más podemos meditar sobre la parábola de los talentos. Muchas veces hemos pensado en ella pero, como sucede con toda la Palabra de Dios, es una mina que nunca se agota y que continuamente nos depara nuevas enseñanzas.

Lo primero que veo al leer de nuevo la parábola es que Dios tiene un designio para cada hombre. Ese designio resulta difícil de juzgar aunque nosotros intuimos algo. En nuestras opiniones sobre las personas y los acontecimientos conjugamos dos valoraciones. Por una parte valoramos lo que está bien hecho y por otra el esfuerzo que ha supuesto para la persona. Al juzgar de esa manera vinculamos el destino del hombre a su trabajo y, por lo tanto, introducimos el tema de la felicidad. Por lo mismo la satisfacción va unida al logro personal. En los recientes Juegos Olímpicos muchos deportistas estaban satisfechos de sus logros (mejora de la marca personal o simplemente haber participado), a pesar de no haber obtenido ninguna medalla. La persona se arriesga en sus decisiones y al hacerlo construye su vida.

El personaje que esconde su talento me suscita una pregunta: ¿en qué ha ocupado su tiempo mientras esperaba el regreso de su señor? ¿A qué ha dedicado la vida? Una de las novelas que más me ha impactado se titula Oblómov y es de un autor ruso llamado Goncharov. Me produjo un desasosiego terrible. Cada vez que reabría el libro (bastante largo) para seguir leyendo me conmocionaba interiormente. Oblómov es el nombre del protagonista que toda su vida no hace nada más que lamentarse por las pequeñas dificultades que encuentra. Es un muerto que cuando tiene la posibilidad de nacer a la vida la rechaza porque se había acostumbrado a no hacer nada. No era mala persona (y eso aumenta la turbación y hasta dolor del lector).

Por tanto, ese criado ha perdido su vida. Porque el talento no era una carga sino una oportunidad. Su existencia estaba unida a ese don, esa misión que se le había encargado. Al ocultar el talento su vida ha quedado sin contenido (ha perdido su sentido). No le queda a ese criado más que sufrir temiendo que en cualquier momento llegue su señor y lo sancione, como acaba sucediendo. Una vida terrible, llena de soledad y sin ningún aliciente.

En cierto sentido me parece que el talento significa la libertad. Y ese hombre, como tantos actualmente, no quiere esa libertad. Se le ha dado un talento y, por lo tanto, tiene que tomar decisiones: debe ver dónde lo invierte, de qué manera lo administra, a quién se une para hacer negocios o dónde acude para pedir consejo. Debe vivir libremente. Eso es lo que le ha ofrecido su señor. Más que darle una carga lo que ha hecho es decirle: “sé señor de ti mismo: elige”. Pero ese hombre prefiere no escoger, porque le parece terrible tener que arriesgar su vida. Y con el talento enterró su alma.